Una travesía por el aeropuerto internacional de Puerto Plata

Ultima Actualización: sábado, 22 de diciembre de 2012. Por: Artículo Invitado

Quizás Pablo Ross tenga razón y haya que cederle el Aeropuerto de Puerto Plata a los Santiagueros para que vengan a poner orden.

El pasado día 02 de diciembre, regresé del exterior por el Aeropuerto Internacional de Puerto Plata, luego de unos días fuera del país. 

Salí del avión y camino a las áreas de migración (andando por un callejón carente de todo, vendiendo una mala impresión al visitante, debido a que Aerodom no termina su remodelación y nadie aquí le exige que acelere), arribamos a las áreas de bienvenida. Ahí observamos un joven que vocifera con voz irreverente, “dominicanos por aquí”; delante de mí caminaba un señor de origen dominicano, pero de nacionalidad norteamericana, previo habíamos intercambiado una conversación y nos habíamos conocido medianamente. 

Lógicamente, el señor de origen dominicano nacionalizado norteamericano,  no atiende al llamado o mejor dicho, al desorden que el joven manifiesta, al indicar, “dominicanos por aquí”. 

El joven bocina, al ver que el señor no le presta atención, algo alterado y en tono ofensivo, persigue al caballero y levantando la voz le replica: ¿no escuchó que dije dominicanos por aquí? Yo miraba asombrado desde no tan lejos ya que, humilde y cabizbajo, como dominicano, había tomado el rumbo que me correspondía mientras mi amigo recién conocido siguió por el otro lado. 

Tanto él como yo, no salimos del asombro al ver tanta descortesía (por no decir indecencia); de inmediato, hacemos las comparaciones ante el profesionalismo y alto nivel de educación que exhiben los aeropuertos de EEUU; pues se debe entender lo que implica un aeropuerto, puerta de entrada hacia un país, la imagen de ese país; algo altamente penoso y deja mucho que decir, dado el gran esfuerzo desplegado por un grupo de puertoplateños, encaminados a tratar de levantar la mala imagen del turismo de nuestro querido pueblo.

Pero la travesía no termina ahí. Después del llamado del joven de migración “los dominicanos por aquí” (es el tono de ultraje por el conciudadano lo que molesta, es la carga de menosprecio que entraña aquella voz imperativa, autoritaria, despótica al llamar  a los dominicanos para que tomen otra vía sin ni siquiera un por favor), la gran cantidad de extranjeros que arribó en ese vuelo, quedaron altamente confusos, una voz que se alza avasalladora, con un tono agudo, penetrante, impenitente, que viola la oscuridad del silencio al que nos habíamos acostumbrado en el trayecto, surte su efecto y el asombro aparece. 

Más adelante, nos mezclamos todos en las cortas filas formadas para presentar los documentos de arribo y ahí sucedió otro evento. Delante de mí se encontraba un norteamericano; el joven dentro del cubículo de revisión de documentos, como puertoplateño que soy, me reconoce, (algo que no sé si agradecer o qué), me hace señales de que avance, pero rompiendo las reglas y pasando por encima del caballero que se encontraba delante. Vacilé y dudé en reaccionar. Entendí para mis adentros como un irrespeto al turista extranjero que formaba su fila como en todos los lugares del  mundo. Ante la insistencia del joven, accedí, apenado y vergonzoso, sin levantar la cabeza; otra gran estampa que no hemos podido superar y que nos coloca lejos de las normas internacionales de protocolo de servicios, en todos los órdenes.

La travesía continúo cuando al estar fuera de la terminal, me vi obligado a tomar un taxi, algo que nunca había probado en nuestro aeropuerto. El “taxi” que me ofrece el servicio es un minibús Hyundai. Calculé que podría tener más de  15 años de servicio, sin aire acondicionado y destartalado. Ya dentro, encontré algunos vasos plásticos retorcidos y algunas fundas de papel de colmado las cuales, supuse, habían albergado en su momento protagónico, tal vez la noche anterior, alguna botella de cerveza ya engullida y desaparecida. Todo lo demás era polvo y suciedad. 

Con una tarifa exagerada, considerando el trayecto que implicaba, unos 15 minutos del aeropuerto, finalmente llegué a mi destino final. Reflexioné, no sin pesar, sobre la calamidad que es llegar a nuestro propio país y descubrir que aquí lo que hay es un desorden y que mientras un grupo de puertoplateños hacen lo impensable por atraer turistas, para que Puerto Plata recobre su antiguo esplendor, todo el esfuerzo se ve totalmente empañado por ese caos, desorden e irrespeto que impera en nuestro aeropuerto, sin dolientes. Quizás Pablo Ross tenga razón y haya que cederle el Aeropuerto de Puerto Plata a los Santiagueros para que vengan a poner orden.


Un ciudadano preocupado.