Sin Temor… Ni Favor… El Carrillón de Puerto Plata

Ultima Actualización: jueves, 13 de octubre de 2016. Por: Artículo Invitado

Hace varios años, cuando mi pueblo, Puerto Plata, ya había inaugurado Catedral, desde aquella que aun recuerdo humilde iglesia de madera y zinc, flamante Obispo.

Hace varios años, cuando mi pueblo, Puerto Plata, ya había inaugurado Catedral, desde aquella que aun recuerdo humilde iglesia de madera y zinc, flamante Obispo, remodelación y aire acondicionado, las torres ya existían, y la composición de las misas recordaban los miles de extranjeros que por allí un día pasaron, donde unos se quedaban, otros se iban al poco tiempo y otros solo eran turistas.

Tiempo propicio para recordar con gratitud la parte norte de la ciudad, llegando a la misma playa ribera del Atlántico, donde quizás vivía la mitad de todos los habitantes quienes eran de habla inglesa, de las islas vírgenes, trabajadores, honestos, respetuosos y con las mismas ansias de vivir y progresar de todos los demás y sin discriminaciones.

En unas de mis visitas que se repetían varias veces al año, hace quizás un lustro, fui con mi esposa a misa.  Recuerdo sentarnos a media iglesia, junto al pasillo central, al lado norte, hacia el parque y desde que ésta empezó, prácticamente nada se entendía.

Era igual que siempre, un amasijo de palabras distorsionadas, por un mal sistema de audio, muchas bocinas a cierto volumen suspendidas en las columnas y la presencia inseparable de los ecos que reflejaban los sonidos de cada una de ellas en desfases.  Era y espero que ya no lo sea, totalmente desagradable e inentendible y por supuesto contrario a la difusión del mensaje con la palabra de Dios que se buscaba.  Pensé que el Obispo estaría muy desesperado.

Ya para entonces tenía un amigo Barahonero en Santo Domingo que vivía todos los días increpándome que ya que mi abuelo había instalado el reloj público y tres generaciones de la familia lo habíamos atendido, me pedía que por qué no instalábamos uno nuevo en vez de tener esos tres boquetes sin que a nadie le duela y por cuyos agujeros sea quizás por donde se escape Dios.  Él hablaba mucho pero flojaba poco.

Claro, un reloj público cuesta y ya no se tiene la necesidad de antaño, pero todas las viejas ciudades lo conservan  y para algo ayuda, aunque solo sea para el orgullo, el ornato y las campanadas.

Al terminar la misa me quedé en el fondo y me aventuré ésta vez a hablar con el Señor Obispo.  Como él era foráneo, le dije quien era, mi pequeño currículo, le expliqué que podía ayudarles en ambas cosas sin remuneración alguna, como un regalo a mi pueblo.  Medio deprisa y quizás sin ponerme mucha atención ni interés, me pidió mi teléfono y correo de internet para comunicarse, “pues le interesaba mucho”.

Mientras oía misa vi a mi derecha cruzando el pasillo central que estaban los señores Hugo Gonzalez López y Osvaldo Brugal, ambos viejos conocidos y amigos y pilares de la comunidad.  Cuando ya fui a buscarles para hablarles, Osvaldo se había retirado por el callejón sur y pero Hugo estaba aun en el parque.  Luego de los saludos le platiqué mi idea del reloj y de corregir el sonido de la iglesia.

Me dijo que él la apoyaba y que cooperaría para lo del reloj público y que estaba seguro que Osvaldo y otros también lo harían económicamente y que él se ocuparía.  Me dijo que el equipo de sonido que se habían instalado, y en el cual de alguna manera él había intervenido como buen cristiano, era uno muy fino y caro, y que los que lo instalaron habían hecho el balanceo de potencias, sonido y ecos adecuadamente, pero que como siempre existen los pone manos, lo que yo llamo “pendejos con iniciativa” que nacieron sabiendo, habían movido sus controles, y ya nunca lo habían podido regresar a su estado de buen funcionamiento, con lo cual crearon esa distorsión y el daño de que el mensaje no llegara fiel a los feligreses.

Quedamos pendiente del Señor Obispo, a quien suponíamos debía quizás interesarle como dijo, pero nunca llamó.  Siempre lo gratis no vale nada. De vez en cuando pienso en ello, y me apena. El amigo Hugo ya se marchó y pronto nos reuniremos.

Ahora vivo en México y el feo boquete del reloj, tan ligado a mi niñez y juventud, a mi padre Héctor, mi tío Fefel y mi abuelo Arturo, hoy lo vi en una foto del periódico haciendo horrible contraste con la bella glorieta réplica del arquitecto Roberto Luis Bergés Febles, de la autoría del insigne artista y carpintero-ebanista Roderick Arthur, donde hablan de tratar de regresar el turismo ido.

Ojalá lo consigan regresar, pero el carrillón, que ahora sería electrónico y flexible, con múltiples posibilidades, simultaneo en todas las iglesias, como el canto global de un pueblo al tiempo que se les va, que pudo a mi través elevar a mi sitio de origen con un atractivo turístico moderno viniendo del pasado, aun espera por manos con interés, amor y voluntad terrenal.


Por Luis H. Arthur S. 

luis@arthur.net

 El autor es nativo de Puerto Plata y vive en Monterrey, México.-