Espera infinita

Ultima Actualización: martes, 01 de mayo de 2018. Por: Artículo Invitado

Es la primera vez que tendremos una velada.

Reviso mi integridad, vigilo los detalles, utilizo el recurso de la gelatina para domar el adorno superior de mi cabeza. El estómago se me proyecta por encima del cinturón del pantalón. ¿Para qué pelear con la rebeldía adiposa y la extensión de la piel? No hay tiempo para limpiar los zapatos, aprendí que el hombre es medido de acuerdo al lustre de ellos y rápidamente busco aceite sin olor en una servilleta para disfrazar el descuido.

 

Tomo los billetes doblando astutamente las nominaciones altas al exterior para aparentar bonanza y ocultar la realidad de la mayoría de ellos. Por supuesto! No se debe olvidar el Mont Blanc para dar un toque de elegancia al bolsillo de la camisa recién importada de la lavandería y que dice: “Solo en ocasiones especiales”. Practico algunos ademanes y gestos al espejo los que serán utilizados para proyectar seguridad, intelecto, dominio del macho alfa bajo la delicadeza del trato exquisito a una dama de su linaje. Finalmente el aerosol del perfume a la distancia para no manchar y tampoco embalumar el ambiente. ¿Pañuelo? Ah!, olvidaba ese accesorio que la mayoría no usamos y que tanta falta hace.

 

Acudo a la cita puntual. Es la primera vez que tendremos una velada. Quince minutos después de la hora acordada, ella se presenta majestuosa, delicadamente impecable, sin exceso en el maquillaje, pero resaltando los detalles precisos para hacer el atractivo de su rostro. Había escogido vestuario de una pieza, corto, pero disimulado. Su anatomía proyectaba sus formas por encima del atuendo del fino tejido. No ubicaba sus interiores. Distraía la mirada para no incomodarla. Sus tacones altos semejaban mi estatura, el tamaño perfecto para igualar mi cintura y yo su cadera. Volvía a recordar mi estómago desbordante y pretendía obviarlo mediante el acto de la contractura muscular.

 

La acompañé hasta la puerta del auto, estiré el manubrio y la tomé suavemente del brazo para acomodarla en el asiento. Manejé lentamente hacia el destino, con música contemporánea suave y melodiosa, no romántica, no era el momento. Charlamos sobre la actualidad sin profundizar en análisis subjetivos ni conceptos personales. Llegamos a aquel restaurante techado de cana, pero decidimos escoger un lugar al aire libre, una mesa pequeña para dos. Curiosamente la noche hizo acto de complicidad reflejando a través de su satélite una luz tenue sobre el mar calmado, de susurros apagados al desplazarse las olas sobre la arena gruesa de la costa playera.

 

La interrupción del atento señor nos sacó del ensimismamiento del espectáculo de la naturaleza. Nos decidimos por un Merlot suave, recomendado por la casa. Las copas rechinaron el sonido del cristal al brindar por el momento. Sus labios tocaron el borde absorbiendo el líquido tinto, sentí literalmente su lengua entre la savia de la uva fermentada hasta su garganta. Me imaginé acariciado por aquel jugueteo de sus labios.  Volví a mi realidad nuevamente por la nueva intromisión del caballero. Deseaba saber si estábamos listos para ordenar. Disimulé mi incomodidad a través de una sonrisa cortés mientras ella rápidamente recorría aquel tomo llamado menú entre sus dedos. Escogió una entrada liviana, mientras yo me decía qué carajos iba a ordenar si se me había quitado el hambre con el solo hecho de pensar el destino de aquel sorbo de vino dentro de su boca.

 

Charlamos animosamente durante toda la velada, en ocasiones haciendo pausas visuales en pleno acto de correspondencia y aprobación, sin adelantos. Retornamos tranquilamente, sin hablar, en un trayecto infinito. Al llegar al destino me adelanté nuevamente a abrirle la puerta, la tome de la mano y acompañe hasta la puerta de su hogar. La despedí con un toque suave en sus manos y un beso extendido en sus mejillas. Me separé de ella intencionalmente y giré sobre mis zapatos bajando lentamente los escalones. Sentí en mis espaldas su mirada perturbada hasta llegar a la calzada, escuché la puerta al cerrar y partí veloz, sabiendo que habría un nuevo encuentro.

 

Jaro.-