Espera Infinita (Intermedio)

Ultima Actualización: viernes, 22 de junio de 2018. Por: Jaro .

El esbozo literario de Luis Enrique y yo es una interacción interesante y divertida entre la espera y el hecho consumado. Aquí parte de la dinámica...

Enfilé mi trayecto al lugar donde los amantes hacen gala de sus movimientos cadenciosos, sin embargo una alerta se encendió en la expresión de su rostro. De manera sutil y evasiva manifestó indisposición para continuar el viaje hacia el abismo pasional.


Una caldera de impotencia a punto de explotar surgió desde mis entrañas y tuve que disfrazar mi enojo frustrado en un muesqueo de hipocresía sonriente. ¿Qué se había creído al rechazarme? Estaba totalmente seguro de mi movida ajedrista. No vi venir la negación. Había tenido la paciencia de Job al dar el próximo paso.
¡Algo salió mal!


Nunca pensé que simplemente ella no estaba preparada para aceptarlo de esa manera, en ese lugar, al matadero de lo sencillo, donde vale más la infidelidad, donde la carne antecede al sentimiento, donde semejamos más la entrada a un nicho que a un lecho.
No, No aceptaba que ese sentimiento puro, jadeante pero puro, fuera a parar a la cotidianidad del desahogo casual.


No la entendí, no lo acepté, no lo asimilé. Simplemente tomé como punto de partida la frustración del rechazo al macho seguro de lo que lograría mediante el acto de la decisión no consensuada, de no tomar en cuenta la ruptura de la magia suscitada en el ambiente de los que realmente se aman.


Fue tal el efecto ofensivo que la dejé de llamar, de buscar. Mi ego no permitía que jugaran con mi actitud varonil, no acepté un no por respuesta. Las cosas se complicaron cuando tampoco ella me contactó, solo se alejó.


Al pasar los días fui recomponiendo el sentimiento herido hasta aquel día en que nos cruzamos nuevamente en nuestros caminos. Mi indignación fue total al verla de brazos con aquel señor, ella tan feliz, rozagante, reía a carcajadas, se divertía como nunca lo hizo conmigo. Al encontrar nuestras miradas todo se detuvo, ella dejó de sonreír, se sintió sorprendida. Noté que quiso tener alguna expresión, quizás gesticular alguna palabra, que mi actitud fría y vengadora detuvo sin más. Le di la espalda, caminé rápidamente sin detenerme. Todo a mi alrededor quedó en blanco, sin olores, sin sonidos, solo caminé hasta mi guarida, hasta aquel viejo sofá testigo de mis sentimientos más escondidos. Llevaba el corazón en pedazos, destilando sangre por la herida mortal que me confinaría a la más extrema soledad del defraudado, del depresivo sentimental, del enajenado temporal, del que la vida simplemente le sabe a pura mierda.


Así pasaron mis días. Sólo el orgullo me hizo levantar del polvo mordido por la estocada inesperada. Enjuagué mis heridas internas en ese sentimiento tan intenso como el amor, ese que te hace levantar solo por el hecho de alguna vez poderte vengar, el Odio.
Destiné todas mis fuerzas al trabajo intenso sin reparar en horario ni fechas, a la mañana, la tarde, la noche, el aislamiento,  hasta que el cansancio fuera mermando mis fuerzas y la fatiga mental. Reseteé  mi memoria para poder descansar.


Me involucré en una relación estrecha entre el desahogo obligado y el trago hirviente en mi garganta en aquel pequeño bar de mala muerte, de tonalidad claroscuro, de luz tenue y cortinas sucias, de hondonadas de maldiciones cuando un televisor lejano pronunciaba un gol en contra. Ahí, en aquel banquillo de madera sin espaldar, alguien tocó suavemente mi hombro. Volteé lentamente y subí la mirada, quedé pasmado, inmóvil. ¡Frente a mi estaba ella!

Jaro.-