¡Ay, nos domesticaron!

La docilidad absoluta inspira lástima. En nuestra existencia hay que estar dispuesto a rebelarse, a ser auténtico, a que nos dé “pique”. Hasta tener su pequeña dosis de salvajismo y de locura es positivo, lo que puede lograrse a plenitud 

Somos una sociedad de adaptados a lo mismo, y creo que no tenemos conciencia de ello. Por eso estamos tan mal. Andamos cabizbajos, indiferentes, viviendo apenas por intuición.  
 
No nos enfurecemos por lo que vemos. No nos duele ni el dolor, que es mucho decir. No sentimos la indignidad con la que somos tratados. Olvidamos las ganas de romper barreras.  
  
Se nos escapó el orgullo. Al coraje hace tiempo lo vestimos de luto. Y de seguir así, perderemos hasta la hermosa condición de amar. La verdad: nos hemos “amemado” y parece que ya nada nos huele o “jiede”. 
 
No sé quiénes, cuándo y cómo, pero nos domesticaron, y de qué manera, caramba. No somos silvestres, pero tampoco modernos o cívicos.  
  
Y si por casualidad algo impacta en nuestras almas, tiene sabor a masoquismo. ¡Ay! Al estar domesticados, no sabemos de dónde vinimos, dónde estamos y hacia qué lugar vamos. Somos una nación sin ruta, y a nadie le importa. 
 
¡Y qué triste es estar domesticado! El humano domesticado es un ser rendido ante la vida, alguien sin vuelo propio, sin personalidad definida.  
  
El humano domesticado es masa que se moldea con facilidad, a merced del capricho del panadero, pues no tiene consistencia ni esqueleto.  
  
Y así acepta sumisamente que le den forma, sin tocar nunca el fondo. Hay humanos tan domesticados que de tanto cuidar su imagen la han borrado. 
 
Al humano domesticado se le somete y jamás protesta, pues carece de ímpetu, y por ende, de imaginación. Y donde no hay imaginación no hay esperanza. 
Somos el producto de informaciones interesadas que nos anulan el juicio y nos convierten en prisioneros de lo superfluo, de lo barato, y compramos disparates, nos desvivimos por tonterías y nos atormenta lo insignificante. 
 
La docilidad absoluta inspira lástima. En nuestra existencia hay que estar dispuesto a rebelarse, a ser auténtico, a que nos dé “pique”.  
  
Hasta tener su pequeña dosis de salvajismo y de locura es positivo, lo cual puede lograrse a plenitud, no sólo respetando la moral universal, sino batallando por defenderla. 
 
Evita ser domesticado, que este mundo es de los fuertes de espíritu y de los que son guiados por ideales grandes, nobles y puros. 
 
Es tiempo de liberarnos, de dejar atrás esa esclavitud que nos ata a la mediocridad y no nos permite luchar, sudar, trascender y servirle a los demás. ¡Despertemos, por Dios, que nos estamos quedando atrás en nuestra América mestiza, como la llamó Martí! 


  
Pedro Domínguez Brito es abogado 

Evite los insultos, palabras soeces, vulgaridades o groseras simplificaciones

 

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