UNA  REVELACIÓN  EXTRAÑA

Amigos lectores,  quisiera especificar que mis artículos no tienen más que un objetivo:  alegrarles, introduciendo en la monotonía de la vida  cotidiana una generosa dosis de humor.  Por consiguiente, les ruego no den ningún  crédito a mis palabras,  que no son nada más que bromas.

Mi amigo Miguel Pamplina, un bromista inveterado, me ha dicho recientemente en tono serio:

 - Según un estudio completo que he realizado durante estos cinco últimos años, resulta que los puertoplateños son los únicos habitantes de nuestro  planeta que  se pasan exactamente la mitad de la vida, hablando por teléfono.  Estoy haciendo las gestiones necesarias para que esta proeza pueda figurar en el libro de los records Guiness.

Sorprendido por esta revelación extraña, pregunté  a Miguel si él no exageraba un poco.   

- De ningún modo, se apresuró a replicar el guasón.  Según las estadísticas serias que he podido recoger, estoy en condiciones de afirmar que un  puertoplateño de ochenta años, por ejemplo, habrá pasado cuarenta años de su vida, hablando por teléfono.  No me digas que no estabas al corriente de esta telefonomanía flagrante.

Efectivamente, yo sabía que los moradores de mi ciudad adoptiva eran locos por el teléfono en general y el celular en particular, pero no me imaginaba que esta pasión colectiva podía merecer una mención en el famoso libro de los records Guiness.

-          En Puerto Plata, enfatizó Miguel, el teléfono es idolatrado.  Conforme se me ha relatado, después de mamá y papá, la tercera palabra que aprenden a pronunciar los bebés de aquí es  "celular".

Probablemente sea verdad.  Y después de despedirme del bromista,  yo me acordé que, yo también, había hecho bastantes observaciones respecto al mismo asunto.  Por ejemplo, yo había notado que un puertoplateño sentía una

imperceptible incomodidad respiratoria y tenia tendencia a transpirar un poco más, si se le había olvidado tomar su celular al salir de casa, si se le había extraviado, o si se lo habían robado.

De todas maneras, hay que admitir que esta herramienta de los tiempos modernos es absolutamente indispensable.  Sin embargo, tengo la impresión de que, inconscientemente, algunas personas la consideran como un pasatiempo y la utilizan tan pronto como sienten venir el  aburrimiento, exactamente a ejemplo de otros que encienden un cigarillo, o mastican chicle.

Doña Helmina, una amiga mía muy simpática, a quien yo visito frecuentemente, me ha contado que Matilda, una joven de servicio de veinte años, le telefonea cada noche, a eso de las nueve, para informarle que ella vendrá a

trabajar el día siguiente y que será puntual.  En la mañana, la chica la llama otra vez, para anunciarle que acaba de montarse en la guagua y que llegará muy pronto.  Llegada a destino, Matilda saluda rápidamente a su ama, y luego agarra el teléfono.  Durante casi una hora, la criada llamará a todos los miembros de su familia y a todos sus amigos.  Cuando se resigna finalmente a ponerse a trabajar, tiene que parar cada minuto, con el fin de contestar las numerosas llamadas que afluyen en su celular.

Para poner término a este artículo, les voy a dar parte de una conversación telefónica sumamente importante y vital que llegó a mis oídos curiosos e indelicados, el sábado pasado, en un supermercado.  A decir verdad,  yo sólo oí una voz  y la otra salió  simplemente de mi imaginación.

-  Hola,  mi amor,  ya compré los plátanos y dos pollos.

-  ¿Crees tú que volverás en media hora?

-     ¡Oh no!  Con los tapones del sábado, será como en una hora.

-  Se me olvidó decirte comprar unas longanizas.

-    Está bien.    ¿ Y qué más?

-  Una libra de yuca, huevos y una lata de guandules.

-  OK.  Hasta luego, mi amor.

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