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				"CASOS, RUMORES, MENSAJES Y ALGO MÁS"
				NO HEMOS CAMBIADO
				Mientras visitaba a un familiar, en uno de 
				los barrios de la Capital (al cual no quisiera ni volver), fui a 
				comprar algunas cosas que necesitaba en el comercio cercano. Fui 
				a pie, con mi cuñado, pues este iba a ser un momento oportuno 
				para algunas conversaciones que normalmente no se dan en las 
				reuniones de parientes por causa de las constantes 
				interrupciones.  
				 Una de las calles que tomamos se iba 
				haciendo más y más estrecha hasta que se convertía casi en un 
				callejón, por el que apenas cabía un vehículo en una sola 
				dirección. En una esquina, el joven al que señalaban como el 
				“proveedor local” reventaba los oídos de la barriada ante un 
				regocijado grupo de mozalbetes, quienes, con el vaso en la mano 
				rendían su admiración al que “se la sabe todas”, mientras las 
				estruendosas notas salían del lujoso vehículo estacionado con 
				las gomas sobre el contén.   
				 En el punto más estrecho del callejón, a 
				unos cien metros de la escena, dos enamorados se inspiraron en 
				la bachata de turno para ejecutar un recital de lo que yo llamo 
				el baile “amemao”, pues casi todos los que ejecutan esta 
				contradanza deben adoptar estos geniales movimientos y cadencias 
				mongoloides para destacar en su rica escuela. En fin, nuestros 
				amigos bailaron cada uno con la pierna metida entre las del 
				otro, como acaballándose en el muslo del contrario. En su 
				vaivén, nadie cruzaba por el callejón.  Mi cuñado y yo debimos 
				ingeniárnoslas  para ir cada uno por las espaldas de los que 
				bailaban y esperar primero que se movieran hacia un lado, y 
				crucé yo, y luego que se movieran para el otro lado y cruzó él.  
				Ellos siguieron como Juancito el Caminador, soberbios, únicos, 
				llenos de esa mente futurista que caracteriza a una enorme y 
				penosa cantidad de jóvenes de nuestro país.  Mi cuñado, 
				aspirando profundamente el aire nuestro, que todavía es gratis, 
				solo musitó: ¡Mano, a este país no lo va a arreglar nadie!   
				Quedé reflexivo por algunos instantes y 
				comencé a pensar en los diarios que vi en el Archivo General de 
				la Nación, fechados en poco más de cuarenta años y pensé que no 
				hemos cambiado como pueblo más que en los edificios y en la 
				forma de las calles. La gente sigue siendo la misma: risueña, 
				pero indomable. Deseosas de cambio pero en los otros; amantes 
				del respeto (que me respeten a mí mientras yo no respeto a 
				nadie); amantes de la tierra, sí, toda la tierra que yo pueda 
				conseguir para mí y mi familia. Respetuosos de las leyes 
				¿Cuáles? Somos gente unida (en los sueños de algunos 
				historiadores, véase que las divisiones y las traiciones fueron 
				llevados aún al seno de la Trinitaria); castigamos a los 
				corruptos (a los que se roban pollos, por rastreros, si se roban 
				millones son héroes); nuestros periodistas no se venden, si 
				están obsesionados por hablar a favor de cualquier partido es 
				porque les gusta; y para cerrar: en cada político nuestro vive, 
				desde la muerte de Trujillo, la solución inequívoca e 
				indubitable a todos los problemas de nuestra nación. Así somos.  
				[email protected] 
				  
					
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