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				 LOS  PUERTOPLATEÑOS
				  
				En la más reciente carta de mi prima Cristina, ella me 
				pregunta si yo me llevo bien con los puertoplateños, a lo cual 
				respondí  que sigue:  
				Querida Cristina:  
				Los puertoplateños son muy comunicativos,  
				muy afables y sobre todo sumamente sociables.  Son estas tres 
				cualidades que justifican la amistad sincera que me liga a 
				numerosos de ellos.  Hoy en día, en Puerto Plata, tengo tantas 
				relaciones amistosas que mi hijo me ha dicho en broma:  “Papi, 
				según veo, es muy probable que, dentro de poco, tú seas elegido 
				Síndico de la ciudad”. 
				Mi esposa y yo nos lamentamos a veces por 
				haber descubierto tan tarde este pequeño lugar atractivo.  
				Imagínense un poco nuestra felicidad.  Vivimos con gente 
				sonriente, amable, que simpatiza visiblemente con nosotros, y 
				que hace todo lo posible por hacernos la vida agradable y fácil. 
				Un ejemplo te permitirá apreciar mejor a 
				que punto los puertoplateños nos rodean de atenciones 
				delicadas.  Cuando estábamos en vísperas de 
				instalarnos en la casa en que vivimos actualmente, nuestra amiga 
				Mayra, una mujer servicial como la mayoría de la gente de aquí, 
				nos propuso hacer la limpieza.  Aceptamos con mucho gusto, y el 
				día siguiente, a las ocho de la mañana, Mayra desembarcó en 
				nuestro nuevo domicilio, encabezando un valeroso equipo de 
				cuatro personas. Dos muchachos y dos muchachas. 
				Mientras  esperábamos un rápido barrido de 
				la casa, y un simple desempolvadura, nos dimos cuenta que Mayra 
				y sus amigos habían acudido de preferencia por hacer lo que los 
				dominicanos llaman “echar agua”. En efecto, 
				armados de dos mangueras, los varones del grupo lavaron la casa 
				a fondo. Los techos, las paredes y el suelo fueron 
				inundados, mientras las muchachas canalizaban el agua afuera a 
				base de aljofifas o “suapers”. Un trabajo grande que nos dejó a 
				mi esposa y a mí boquiabiertos de admiración. 
				Mayra y su dinámico equipo habían hecho de 
				nuestra casa el lugar más limpio e impecable que nunca habíamos 
				visto en nuestra vida. 
				A menudo repite mi esposa une corta frase 
				que traduce bien su estado de alma: “Es la primera vez en mi 
				vida que me siento tan feliz.”  Y esta felicidad, ella la debe a 
				Puerto Plata, nuestro remansito de paz, y a los habitantes tan 
				hospitalarios. 
				Se dice frecuentemente que uno no puede 
				realmente ponerse cómodo, si no se encuentra en su propio país.
				Bueno, por lo que se refiere a nosotros, 
				podemos afirmar, mi esposa y yo, que este dicho no es 
				rigurosamente exacto. Es que nos hemos tan integrado a 
				los paisajes de Puerto Plata, y a la vida de los moradores que 
				nos sentimos absolutamente relajados en esta encantadora ciudad. 
				Aquí estamos como el pez en el agua. 
				También hay que decir que, con el fin de 
				maximizar nuestra comodidad en este lugar que nos ha acogido con 
				los brazos abiertos, tratamos dentro de lo que cabe,  de vivir 
				como los puertoplateños. Si ellos están completamente a gusto en 
				esta ciudad y juran que nunca se marcharán, esto es imputable al 
				modo agradable, inteligente, moderno y tranquilo a la vez de 
				organizar la vida cotidiana.  Y nos limitamos 
				a calcar este modo de vida que nos agrada mucho. 
				En resumen, el secreto de nuestra felicidad 
				aquí es que no nos falta nada de nuestra vida y de nuestras 
				costumbres anteriores. Vivimos como la gente de nuestra ciudad 
				adoptiva, consumimos las mismas comidas que ellos, y dicho sea 
				de paso, hemos aprendido a preparar y comer el popular mangú y 
				el sabroso sancocho. 
				Con respecto al lado social, hemos 
				integrado la junta de vecinos de nuestra calle, y tratamos de 
				participar eficientemente en todas las actividades de esta 
				asociación. 
				En lo relativo a mi vestimenta, me defiendo 
				bastante bien, y puedo pasar por un genuino puertoplateño. 
				En cambio, hasta ahora, mi esposa rehúsa 
				alinearse, o por lo menos no consigue hacerlo. Todavía 
				lleva ropa demasiada amplia, mientras que aquí, las blusas y los 
				pantalones tienen que ser excesivamente ajustados, y esto desde 
				la más tierna edad. 
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				http://www.claudedambreville.com  
				  
					
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