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				BIENVENIDO AL 
				MUNDO DE LOS ADULTOS 
				
				Por: Luis H. Canela
				
				12 de Septiembre de 2009 
				Bienvenido al mundo de los 
				adultos le dijo su tía cuando llegó extenuado, desfallecido 
				faltándole el aire, con hambre, sueño y sudado hasta el tuétano. 
				Su tez quemada por el ardiente sol del medio día era muestra del 
				tortuoso itinerario mañanero del estudiante. Con apenas nueve 
				años de edad fue convidado por su escuela a las actividades de 
				conmemoración del  170 
				aniversario del nacimiento de Gregorio Luperón.
				   
				Por ese motivo las 
				autoridades, tanto locales como nacionales,
				 habían organizado 
				diversos actos con la finalidad de honrar la memoria de “La 
				Espada de la Restauración de la República” incluyendo un desfile 
				militar y estudiantil en la Avenida Gregorio Luperón de Puerto 
				Plata.  
				Las expectativas del 
				desfile mantuvieron al estudiante de nueve años entre durmiendo 
				y despierto durante varias noches. Estaba ansioso, deseoso de 
				que llegara ese ocho de septiembre, fecha en que no había 
				clases, sino el vistoso desfile nada más y nada menos que con la 
				presencia del Presidente de la República junto a una cantidad 
				autoridades civiles y militares.
				  
				A cada momento lo 
				despertaba el repique desafinado de los instrumentos que serian 
				utilizados por sus compañeros, pero, ¡vaya decepción!, al mirar 
				por la ventana, todavía no había amanecido. Así se mantuvo el 
				estudiante de nueve años hasta que sintió en sus hombros el 
				toque de la mano de su tía que lo despertaba de un profundo 
				sueño mañanero. Eran las seis y treinta minutos.
				   
				Después de un baño a 
				medias, raudo se dirigió hacia su escuela la cual serviría como 
				punto de partida para dirigirse al malecón donde le esperaba la 
				gran experiencia de su vida y la posibilidad de ver, aunque de 
				lejos, el hombre que dirige los destinos del país, el 
				omnipresente; el poder encarnado.
				 Junto a sus compañeros y 
				profesores llegó a las siete y cuarenta y cinco de la mañana al 
				lugar del  desfile.
				   
				Pasaban las horas, el sol 
				calentaba, exhausto, hambriento, sediento, con ganas de llorar, 
				se refugiaba debajo de los escasos árboles buscando una sombra. 
				Desalentado miraba pasar los vendedores de helados, agua, 
				refrescos, pero cómo iba el estudiante de nueve años a comprar 
				nada si en su casa ni siquiera había para el desayuno.
				   
				Mientras tanto, con 
				bastante retraso el presidente cumplió los compromisos 
				contraídos y se dirigió al Malecón donde el estudiante de nueve 
				años esperaba impaciente la posibilidad de mirar al cielo y 
				verlo con sus propios ojos.    
				Pasadas las doce del medio 
				día, comenzó a sentir el movimiento lejano de las tropas que se 
				distendían proponiéndose iniciar la actividad. La inmensa 
				cantidad de instituciones educativas invitadas hacía que la 
				organización resultaran dificultosa y el avance lento y 
				tortuoso.
				  
				Justamente a la una y 
				treinta de la tarde, después de que los militares y una parte de 
				los estudiantes pasaron frente a la carpa presidencial, de 
				manera abrupta se suspendió el desfile. Faltaban muchos, pero el 
				presidente tenía otros compromisos y el 
				tiempo apremiaba.    
				El escuálido estudiante de 
				nueve años no tuvo la oportunidad soñada de pasar frente al 
				poder encarnado, estaba lejos del
				 cuarto de milla y solo 
				escuchaba lejana la voz de los narradores del evento.
				  
				Desilusionado, triste, 
				hambriento y defraudado no tuvo más que 
				dirigirse hacía 
				su casa en compañía de sus compañeros, los 
				profesores por su lado y ellos por el otro. La gran decepción 
				sufrida, su sueño roto, fue fruto de la impuntualidad de otros.
				  
				Mientras tanto, su tía que 
				permaneció la mañana entera en casa de una vecina mirando el 
				televisor esperando ver su sobrino desfilar, no tuvo más que 
				decirle al verlo: Bienvenido al mundo de los adultos.
				   
				
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