Antes de aprobada la ley, se hablaba mucho sobre las bondades que en materia de desarrollo iban a traer esos fondos, pero hay que entender que si no se invierten no van a producir. Dice una máxima económica que el dinero atesorado es incapaz de crear riquezas. Imagínese usted lo que produce el dinero debajo del colchón.
Hay que invertir esos fondos antes de que venga el tsunami a la administración pública y haga que la tasa de cambio se dispare y se conviertan en sal y agua. Intercambiar pesos por otro tipo de activos, como por ejemplo, préstamos para la vivienda es la mejor opción ya que los riesgos de devaluación desaparecen. Mantener líquidos más de cien mil millones de pesos en tiempos turbulentos, como los que suponemos que se avecinan, crea preocupación. Los bonos tampoco son la mejor opción por su dependencia directa con el Estado.
El sector privado, no el público, es el llamado a poner ese dinero a trabajar, pero con controles y cuentas claras. Independientemente de que existan voces agoreras como siempre aparecen, de esas que a todo se niegan, de esas que no hacen ni dejan hacer, ese dinero debe invertirse en otro tipo de activo productivo.