AL PARECER NO ES MI ÚLTIMA LECCIÓN

Ultima Actualización: lunes, 22 de marzo de 2010. Por: Luis Henriquez Canela

En diciembre del año 2009 recibí un regalo prometido desde hacía muchos meses. Me lo envió desde Nueva York, alguien especial de quien guardo gratísimos recuerdos. El regalo prometido era el libro LA ÚLTIMA LECCIÓN, escrito por Randy Pausch, profesor de la Universidad Carnegie Mellon de Estados Unidos.

La última lección trata sobre la vida  del profesor Pausch, contada poco después de que fuera diagnosticado con cáncer. De repente, los médicos habían descubierto diez tumores malignos en su páncreas y no le aseguraban más que tres meses de vida. Tenía 47 años, una esposa y tres niños. A pesar de que muchos profesores imparten conferencias tituladas “la última lección”  en donde se les solicita considerar su fallecimiento y reflexionar en lo que es más importante para ellos, esta última lección era una verdadera última lección para el autor del libro. Esta situación impregnaba de dramatismo la charla. 

 

Mi odisea médica –dice—comenzó en el verano del 2006, cuando sentí un ligero e inexplicable dolor en la parte superior del abdomen. Más tarde, ya con síntomas de ictericia, los doctores sospecharon que tenía hepatitis. Eso hubiera sido un sueño maravilloso. Las tomografías computarizadas revelaron que padecía de cáncer pancreático, y descubrir la gravedad del diagnóstico me tomó sólo diez segundos de navegación en Google. El cáncer pancreático tiene la tasa de mortandad más alta entre los demás tipos de cáncer; la mitad de los pacientes diagnosticados mueren en el transcurso de seis meses, y 96 por ciento fallece en un lapso de cinco años.

 

“…A pesar de que, en su mayor parte estoy en excelente condición física, tengo diez tumores en el hígado y me restan unos cuantos meses de vida.” “Soy padre de tres chicos y estoy casado con la mujer de mis sueños”. “Sería muy sencillo lamentarme, pero eso no resultaría benéfico para ellos ni para mí.”

 

Comienza hablando sobre su niñez, dice que su padre le advirtió que cuando se encontrará en una posición de poder, tanto en el trabajo como en sus relaciones personales, siempre jugara limpio. El hecho de que ocupes el asiento del conductor, no significa que tengas que atropellar a los demás, le decía. Explica que cualquiera que hubieran sido sus logros y todas las cosas que amaba, tenían sus raíces en los sueños y metas que tuvo cuando era niño, expone además, la importancia de tener sueños específicos.

 

Hay un párrafo determinado en este libro que por ser tan especial paso a copiarlo textualmente: El primer día de práctica, todos estábamos muertos de susto, cuenta el autor. Además, él no llevaba ningún balón de futbol. Por fin, uno de los chicos habló por todos nosotros:

--Disculpe entrenador. No hay ningún balón de futbol.

Y el entrenador Graham respondió:

---No necesitamos balones de futbol.

Se hizo el silencio mientras reflexionábamos al respecto…

--¿Cuántos hombres se encuentran en el campo de juego al mismo tiempo? –Nos preguntó.

Once de cada equipo fue nuestra respuesta. Por tanto, son 22 jugadores.

--¿Y cuántas personas tocan el balón en todas las jugadas?

Sólo una de ellas.

--¡Correcto! –dijo--. De manera que trabajaremos en lo que hacen los otros 21 jugadores.

Fundamentos. Ese fue un gran regalo que el entrenador nos dio. Fundamentos, fundamentos, fundamentos. Es necesario que comprendas los fundamentos porque, de otra manera, todo lo que luce no servirá de nada.

Encontré en “La última lección” frases hechas de incalculable valor, como las siguientes:

 

« Mis padres me educaron para reconocer que los automóviles existen para transportarnos del punto A al punto B. Son artículos utilitarios, no expresiones de un nivel social. No nos ayuda en nada vivir cada día con terror al mañana. El tiempo debe ser administrado de manera específica, como el dinero. Siempre puedes cambiar de plan, pero sólo si tienes uno. ¿Inviertes tu tiempo en actividades adecuadas? Tal vez tengas causas, metas, intereses. ¿Vale la pena perseguirlos? Nunca es demasiado pronto para delegar. El tiempo es todo lo que tienes, y puede suceder que un día te des cuenta de que tienes menos del que creías. La suerte es donde se encuentran la preparación y la oportunidad (S). No te quejes, sólo trabaja más duro «.  

 

«No te obsesiones con lo que la gente piensa;…una fracción importante del día de muchas personas se pierde en la preocupación de lo que los demás piensan acerca de ellas. Con frecuencia, el error no sólo es aceptable sino esencial. Mucha gente desea un atajo; yo descubrí que el mejor atajo es el camino largo, que consiste básicamente en dos palabras: trabajo duro. Mi perspectiva personal acerca del optimismo es que, como se trata de un estado mental, puede permitirte alcanzar logros tangibles para mejorar tu estado físico«.  

 

Cierro comillas y comienza mi historia con unos cólicos a las seis de la mañana del miércoles 10 de marzo. La noche anterior había cenado con una rica pasta después de dos horas corriendo, pegándole raquetazos a una pelota en una cancha de tenis.  A las once de la mañana todavía me mantenía esperando que el lomotil que me había tomado surtiera sus efectos. A la una, doblado del dolor, salí para el médico.  Me atendieron por emergencia, me colocaron un suero y un calmante, no sé qué más. Pasaron casi tres horas, me mejoré un poco. Regresé a casa con la esperanza de que todo iba a ir bien. Nada pasó, todo siguió igual. A las ocho de la noche vuelvo al médico, me internan. A pesar de que todos los síntomas dan apéndice, el sonografista no está, el laboratorista tampoco. Hubo que esperar al otro día cuando, después de los análisis respectivos me introdujeran al quirófano para extirparme el apéndice con una velocidad pasmosa. Misión cumplida. Faltó poco para lo peor.

 

Después de haber tenido el libro “La última oportunidad”  en mis manos por cuatro o cinco días; ¡qué gran susto me he llevado! En principio, mis síntomas fueron los mismos que los del autor.

 

Medito lo frágil que es la condición humana al tiempo que reflexiono sobre mi buena suerte. Agradezco primero a Dios que todavía no me quiere con Él, a todos mis familiares y amigos por el gran apoyo recibido a través de sus visitas, sus llamadas y su preocupación. Gracias de todo corazón. Estoy aquí de nuevo con el pie en el cañón, al parecer, todavía no es mi última lección.