El grito de desesperación que brotó desde muy dentro de su
corazón me ha hecho compartir estos enredos que bullen en mi cabeza. No puedo
callar. Mi silencio me corroe, me mata, me asfixia.
Leí con estupor el triste y locuaz relato de nuestra amiga
Raidiris Felipe, víctima de un atraco en su propia casa. Su templo. El nido
donde crecen sus retoños. Lugar sagrado. Isla de paz donde los padres ayudamos
a construir las vidas de nuestros hijos alejados del temor y las acechanzas en
crecimiento del entorno. Me miro en ese espejo y me sobrecojo, me aniquilo, la
adrenalina emerge con una prontitud indescriptible. Su casa, sus hijos, su todo;
¡Profanada!
Dice ella en su relato que: “Tres individuos entraron en mi
casa, amenazaron mis tres hijos y su nana con cuchillos, al escribirlo se
congela mi columna, pierdo por un momento la razón y mi mente deambula casi en
estado sicótico por el umbral de la histeria”.
Con insondable abatimiento continúa: “Hoy no me emocionan
las palabras de Pedro Mir de que hay un país en el mundo colocado en el mismo
trayecto del sol, oriundo de la noche, colocado en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol, hoy te veo saqueado, triste y oprimido…”
¿Hasta dónde hemos llegado? Hemos llegado a un límite en el
que todos vamos a ser atracados. Todos: usted, yo, aquel el otro y el otro.
Inscríbase usted en esa lista, que eso viene. Mire a su alrededor y piense;
ahora calcule cuántos de sus familiares han sido robados, cuantos de sus
amigos, conocidos, cuantas noticias ha visto de gente que no son nada suyo,
pero son dominicanos y sufren las mismas carencias de seguridad que sufrimos
todos. La triste realidad es que solamente los que andan con escoltas no van a
ser atracados.
Aquí hay una serie de gente que no quiere que nadie diga
nada de nada. Y andan hablando como el que vive en otro país. La seguridad
ciudadana debe estar por encima de todo. Nada es más importante que la
seguridad de la gente que paga los impuestos, de la gente que es la dueña
absoluta de estas tierras, de este país. ¿O acaso los dueños son otros? Nuestras
casas se han convertido en fortalezas, todo está lleno de hierros y aun así, no
basta. Nuestra ciudad dista mucho de ser el “pueblito encantado” de Lockward. El
país también.
Pasos
En ocasiones, como parte del ejercicio frecuente, me levando
temprano y voy al malecón a trotar, mis pasos apurados generan un sonido hueco
al chocar mis zapatos de correr con el pavimento.
Cada vez que voy a alcanzar a algún ciudadano que en la
misma dirección se ejercita, segundos antes de alcanzarlo mis pasos me delatan
y vaya sorpresa. ¿Qué cree usted que pasa? Que la gente se espanta, se echa a
hacia un lado, si tiene un palo en la mano lo esgrime, lo empuña con fuerza. ¿Qué
es eso? ¿Qué significa eso? Bueno, en términos de algunos es como una especie
de “percepción” de que alguien viene detrás a atracarte.
Esa “percepción” colectiva de próxima víctima nos tiene
intranquilos. A todos. Menos a los que andan con escoltas.
El otro día me sorprendió con un breve escrito la hija de una
pareja de amigos. No creo que ella misma haya sido víctima de algún robo o
atraco, sin embargo, la atmosfera que respira en su entorno de seguro la guio
para escribir: “A mí me da tanta risa cuando yo escucho que la promesa es wifi
gratis en áreas públicas. ¿Para usar con el celular que probablemente ya te
atracaron o con la laptop que te apuesto te van a robar? ¿Las prioridades se
eligen a ciegas?
Lástima
¿Las prioridades se eligen a ciegas? Parece. Siento lástima
por estos jóvenes forjados al amparo de una sana orientación, jóvenes que han
tenido la oportunidad de instruirse en las universidades, siento lástima por
ellos porque no van a poder tener tranquilidad en su país, porque no van a
poder tener la quietud con la que crecimos nosotros, jugando en los parques y
en las calles sin más preocupación que la de llegar a tiempo a nuestras casas
para la cena. Siento una profunda pena por mis propios hijos.
Pero también siento pena por los que sin más orientación que
la calle, andan delinquiendo, los que juegan diariamente en las bancas de
apuestas propiedad de los legisladores, los que motoconchan porque no
encuentran otro trabajo, los piperos cuyo entorno, donde no llegan los recursos
públicos, los han precipitado por ese camino tortuoso y sin retorno. Siento
lástima por los ladrones sin cuello, porque ellos son víctimas de un sistema
carente de oportunidades. También siento lástima por los que promovieron y aprobaron
el Código Procesal Penal. Dicen algunos que no es el Código. Yo digo que está
hecho para países ricos. Aquí no hay ni gasolina para que los encargados de
recolectar pruebas desarrollen su labor. Ni siquiera eso.
Las pobres madres
Finalmente siento lástima por las madres de los encargados
de trazar y hacer cumplir las políticas de seguridad en este país. Porque sus
hijos van a tener que hacerles casas o en Saturno, o propiedades con grandes
verjas, alarmas, cámaras, hombres armados, porque si no, hasta las mansiones de
esas honorables damas va a llegar el tentáculo de la delincuencia. Y rezo cada
día por ellas.