Los accidentes de tráfico y las muertes en carretera han vuelto a tomar una evolución preocupante en los últimos meses; y lo peor es que las autoridades públicas que están mandadas a regular el mismo, no parecen tomar conciencia estricta de esta evolución frustrante de la siniestralidad.

En cinco de los diez meses transcurridos de 2016 ha aumentado el número de fallecidos a causa de accidente de tránsito en el país.

Los indicadores son malos; revelan que lo que le queda al año 2016 se mantendrá una tendencia alcista en el número de accidentes y de fallecidos. Y ante esta tendencia, los departamentos, direcciones y demás hierbas aromáticas no hacen nada.  Estas oficinas deben hacer algo más que culpar a los conductores que se desplazan por nuestras carreteras.

 Todas las causas exculpatorias son ciertas: los automóviles son viejos, la densidad del tráfico aumenta y la calidad del firme de las carreteras y autovías está muy deteriorada; hasta el punto de que un reciente informe revelaba el deplorable estado del asfalto.

A esto se suma, la práctica desconsiderada de los organizadores de carrera de motor en las carreteras del país, que ha llevado dolor y luto a tantas familias de nuestro territorio.

La causa inmediata es otra. Años atrás se aplicó con rigor un plan draconiano para reducir la siniestralidad. Es posible que el impulso inicial del plan se haya agotado, como sugieren poéticamente en Tráfico; pero lo más probable es que se haya relajado la vigilancia de las vías y decaído la intensidad del procedimiento sancionador. Sobre estos aspectos tiene que actuar a corto plazo la autoridad vial; y esa actuación es la que esperan los usuarios de las carreteras.