A los hijos huérfanos por el Coronavirus

Ultima Actualización: sábado, 11 de abril de 2020. Por: Luis Henriquez Canela

Por: Luis Henriquez Canela

Las víctimas de la pandemia no solamente son las que mueren o sufren el contagio, o las que lo han sobrepasado; cada muerte va dejando tras de sí una estela de heridos inconsolables. Heridos psicológicos, heridos de una muerte punzante y dolorosamente profunda.

 

Y, si hay heridas que matan, las hay aún más terribles; las que te magullan, te dislocan la razón, te rompen el equilibrio y de paso, te convierten en una especie de muerto en vida. El golpe repentino por la muerte de un ser querido produce una lesión de tal magnitud que no se alcanza a entender.  Es peor cuando se trata de la madre. Es un momento en el que el sufrimiento se abalanza sobre el ser y lo destruye, lo tuerce, lo desagrega. Se opera una especie de muerte espiritual en la cual la persona comienza a vivir sin vivir, o por mejor decir, no vive, deambula muriendo lentamente.  

 

Ese vacío existencial que deja la partida de ese ser querido es peor que morirse. Porque nadie se ha muerto y vuelto a decir que es doloroso, por el contrario, los que dicen que han muerto y vuelto, narran que han visualizado un paraíso envuelto en nubes blancas y que han experimentado una paz infinitamente placentera; nadie nunca ha dicho que ha estado entre llamas.

 

Para los hijos agradecidos, el dolor se multiplica al ver partir a su madre, pero se eleva infinitamente cuando esa madre no puede ser despedida a la altura de su investidura, rodeada de ellos y sus familiares cercanos. El virus les niega a los feudos algo tan materialmente insignificante como el abrazo consolador. Ese abrazo que vivifica, que alienta, que reconforta, anima, fortalece; es, o se ha convertido, en el abrazo imposible, porque al parecer, la pandemia es enemiga de la calidez, de la solidaridad; es reacia, antagónica, incompatible y lo que es peor, como que lo sabe y hasta se burla.   

 

El virus también ha impedido la palabra cercana de aliento, ese; te acompaño en tus sentimientos, lo siento mucho, esas palabas dichas con solemnidad al oído, consuelan y calman. Ese sonido casi imperceptible que acaricia el alma, hasta de esa espuma de frescura está impidiendo a la humanidad. ¡Qué bárbaro este coronavirus!

 

Escondiendo la muerte, la pandemia deja en el interior de los hijos una desgarradora experiencia psicológica, amarga y de la que no será fácil escaparse.