Pegado al cristal de la puerta de enfrente del pequeño negocio, el letrero decía más o menos así; soy una madre soltera, esto es lo único que tengo. Indiscutiblemente la dueña de la pequeña tienda escribió aquella oración de rodillas, implorando que por favor no le rompieran y saquearan su pequeño negocio porque con él estaba manteniendo a su o sus hijos.

Las protestas en Estados Unidos se le salieron de las manos al gobierno. Cuando despertaron, ya había miles de millones de dólares en pérdidas por destrucción de la propiedad ajena, incluyendo propiedad del gobierno.

Estamos ante una espantosa muestra que podría indicar hasta dónde puede llegar el ser humano cuando se siente acorralado y en busca de venganza. Pero esa no es la forma. Escribíamos en Twitter que, en medio de las protestas, hasta un pincho que alguien sacara de una tienda, deslegitimizaba en su totalidad la forma del reclamo.

En el fondo, las protestas tienen base; decenas de abusos por parte de una fuerza policial que no ve a sus compatriotas como amigos, si no como amenaza. El discurso de la elite,  tuvo su punto de inflexión ahora, en plena pandemia. Fue la gota que derramó el vaso.

Sumada a otras variables, la palabra incendiaria en la que se glorifica la raza “aria” y se menosprecia al latino y al negro, trajo consigo estas tempestades.

Aun así, nada justifica los saqueos. Son actos vandálicos que deben ser condenados y apresados sus perpetradores.  Sus derechos llegan hasta donde comienzan los de los demás y por mucha rabia que contenga los corazones de los protestantes, el robo permanece como una mancha que arropa con la sombra de la vergüenza la manifestación.

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