El Incesto y el crimen en el folclor heredado de españa

Ultima Actualización: lunes, 15 de noviembre de 2021. Por: Rafael Hernandez

Nos criamos escuchando versos, canciones y cuentos, tanto religiosos como folclóricas de mi madre.

En aquel entonces yo no lo sabía, pero al crecer y volverme un lector descubrí muchas cosas útiles, muy valiosas en todo aquello. Hoy solo recuerdo fragmentos, pues la modernización se ha encargado de enterrar todo aquello, que jamás volví a escuchar de ninguna otra persona. También, había muchas canciones dramatizadas y cuentos, tristes y alegres, que los niños de aquel entonces compartíamos al caer la tarde sentados en la calzada más alta que era la de nuestra casa. Descubrí algunos de ellos eran romances de los años de dominio moro en España, y eran estos:

ROMANCE DE LAS TRES CAUTIVAS (Anónimo)

En el campo moro,

entre las olivas,

allí cautivaron

tres niñas perdidas;

el pícaro moro

que las cautivó

a la reina mora

se las entregó.

- Toma, reina mora,

estas tres cautivas,

para que te valgan,

para que te sirvan.

- ¿Cómo se llamaban?,

¿Cómo les decían?

- La mayor Constanza,

la menor Lucía,

y la más chiquita,

la llaman María.

Constanza amasaba,

Lucía cernía,

y la más chiquita

agua les traía.

Un día en la fuente, en la fuente fría,

con un pobre viejo,

se halló la más niña.

- ¿Dónde vas, buen viejo,

camina, camina?

- Así voy buscando

a mis tres hijitas.

- ¿Cómo se llamaban?

¿Cómo les decían?

- La mayor Constanza,

la menor Lucía,

y la más pequeña,

se llama María.

- Usted es mi padre.

- ¡Tú eres mi hija!

- Yo voy a contarlo

a mis hermanitas.

- ¿No sabes, Constanza,

no sabes, Lucía,

que he encontrado a padre

en la fuente fría?

Constanza lloraba,

lloraba Lucía,

y la más pequeña

de gozo reía.

Delgadina (dos versiones)

Había un rey que tenía tres hijitas

y la más pequeñita Delgadina se llamaba,

y cuando su madre dé a misa su padre la enamoraba,

y como ella no quería en un cuarto la encerraba,

en un cuarto tan oscuro donde las ranas cantaban.

A los tres días de encierro, Delgadina en su ventana

y alcanzó a ver a su hermana jugando un juego de amas.

—Hermana, por ser mi hermana ¿me darás un trago de agua?

que de esta hambre y de esta sed y a Dios pienso dar del alma.

—Pasa, pasa, perra malvada, quítate de esa ventana,

que si mi padre te ve y puñaladas te daba.

Delgadina se quitaba muy triste y desconsolada

y con las lágrimas de los ojos todo el cuarto lo bañaba.

A los seis días de encierro, Delgadina en su ventana

y alcanzó a ver a su otra hermana jugando un juego de amas.

—Hermana, por ser mi hermana, ¿me darás un trago de agua?

que de esta hambre y de esta sed ya Dios pienso dar del alma.

—Pasa, pasa, perra malvada, quítate de esa ventana,

que si mi padre te ve y puñaladas te daba.

Delgadina se quitaba muy triste y desconsolada

y con las lágrimas de los ojos todo el cuarto lo bañaba.

Y a los nueve días de encierro, Delgadina en su ventana

y alcanzó a ver a su padre enamorando otra dama.

—Padre, por ser mi padre, ¿me darás un trago de agua?,

que de esta hambre y de esta sed ya Dios pienso dar del alma.

—Vaygan, caballeros, denle agua a Delgadina,

—No me la den en tazas de oro ni en vasos de plata,

denme una copa de cristal para que me refresque el alma.

Y en la gloria las campanas repicando y los angelitos cantando

porque al montar las escaleras Delgadina muerta estaba.

1.2

Delgadina se paseaba en una sala cuadrada,

con una mantona de oro que la sala relumbraba.

Su padre, como enojado, se metió por la cocina:

—Sálgase la gente afuera; déjenme a la Delgadina.

Delgadina, hija mía, tú pudieras ser mi dama.

—No lo permita mi Dios ni la reina soberana.

¡Qué tal ofensa a mi Dios! ¡Qué tal ofensa a mi nana!

—¿Quieren darle de comer? Denle comida pesada.

¿Quieren darle de beber? Denle de la agua mezclada.

Otro día por la mañana, se levanta a la madrugada;

se va adonde está su madre; doblones de oro jugaba.

—Madrecita, si es mi madre, socórrame un jarro de agua,

que ya me abraso de sed y a mi Dios le entrego el alma.

—Delgadina, hija mía, yo no te puedo dar agua,

porque si nos ve tu padre, las dos somos castigadas.

Otro día por la mañana, se levanta a madrugada;

se va adonde está su hermana, cabellos de oro peinaba.

—Hermanito, si es mi hermano, socórrame un jarro de agua,

que ya me abraso de sed ya mi Dios le entrego el alma.

—Hermanita Delgadina, yo no te puedo dar agua,

porque si nos ve mi padre, las dos somos castigadas.

Otro día por la mañana, se levanta a madrugada;

se va adonde está su hermano, bolitas de oro jugaba.

—Hermanito; si es mi hermano, socórrame un jarro de agua,

que ya me abraso de sed ya mi Dios le entrego el alma.

—Hermanita Delgadina, yo no te puedo dar agua,

porque si nos ve mi padre, los dos somos castigados.

Se levanta Delgadina otro día por la mañana;

se va adonde está su padre, barajas de oro jugaba.

—Padrecito, si es mi padre, socórrame un jarro de agua

que ya me abraso de sed ya mi Dios le entrego el alma.

—¿Te acordarás, Delgadina, lo que te dije en la mesa?

—Sí me acuerdo, padrecito, agacharé la cabeza.

La cama de Delgadina de ángeles está rodeada;

San José la está velando, y la Virgen del Pilar.

Ya murió la Delgadina; derecho al cielo se fue,

y el cornudo de su padre a los infiernos se fue.

Cuento de los Higos

Una vez, y dos son tres, había un matrimonio que tañía dos hijos y una hija. La hija era lo más caritativa y buena con todo el mundo. Ella le da¬ba limosnas de ropa y comida a los pobres.

Cierta vez que la mamá, que era lo más avara y cruel, salió a hacer una visita, dejó a la hija cui¬dando una mata de higos que la vieja adoraba, y le dijo:

–Como le des un higo a alguien o lo dejes ro¬bar, te voy a enterrar viva.

La muchacha teníale bastante respeto a su ma¬má y le obedecía mucho. Se fue la señora y en eso llegó un viejito a pedir limosna. La muchacha, que era tan buena, le dijo:

–Perdone, que no está mamá en casa.

Y el viejito vio la mata de higos y le preguntó si podía coger uno. La muchacha dijo que no, y agregó:

–Espérese, que le voy a buscar un pedazo de pan y un poco de agua.

Al irse la muchacha para arriba, el viejito no pudo resistir la tentación y arrancó un higo a la mata, y se lo comió. Al llegar, la muchacha le dio el pan y el agua, y el viejito completó su almuerzo.

Llegó la mamá y se fue a contar los higos, pues ella los contaba para ver si faltaba alguno cuando salía. Con gran asombro vio que faltaba uno y se puso rabiosa. No le quiso decir nada a la mucha¬cha, y poco después empezó a hacer un hoyo en el jardín. Dejó caer una sortija al hoyo y llamó a la niñita para que se tirara a recogerla. La muchacha se tiró y entonces la vieja empezó a tirarle terro-nes de tierra y la tapó en un momento.

Cuando vinieren el padre y los hermanos por la tarde a comer, después del trabajo, el viejo pre¬guntó por la muchacha y la mamá le dijo que la había mandado a pasarse unos días al campo con su hermana, que había venido aquel día. El padre quedó satisfecho, y comieron, y se bañaron, y se acostaron a dormir.

Pasaron unos días, y el padre, al venir una tarde a comer, mandó al hijo mayor a que le buscara un ají de una mata que había nacido en donde estaba la niña enterrada.

Al ir el hijo mayor a arrancar un ají, oyó que la mata cantaba:

–Hermano, por ser mi hermano, no me arranques los cabellos; que mi madre me ha enterrado por un higo que ha faltado.

El muchacho fue corriendo donde el padre y le dijo:

–¡Padre! ¡Si la mata canta!

–¡Qué! ¿Estás creyendo en brujas? ¿Cómo va una mata a cantar?

Y mandó al más pequeño.

A! ir a arrancar un ají, la mata empezó a cantar de nuevo:

–Hermanito de mi vida, no me arranques los cabellos, que mi madre me ha enterrado por un higo que ha faltado.

El niño fue, sorprendido, a donde el padre y le dijo:

–Es verdad, papá. La mata canta de un higo que ha faltado, y que mi madre la ha enterrado...

--¡Cállate! Yo voy a ir.

Al ir el padre, la mata empezó:

–Padrecito de mi vida, no me arranques los cabellos, que mi madre me ha enterrado por un higo que ha faltado.

El padre, para ver si había sido su esposa, la llamó; pero ella no quería venir, y la arrastró hasta el sitio donde estaba la mata de ajíes.

Al arrancar la madre un ají, la mata empezó a cantar:

–Madre, por ser mi madre, no me arranques los cabellos; que tú misma me has enterrado por un higo que ha faltado.

El padre arrancó la mata y vio con gran asom¬bro a su hija allí enterrada, y con la misma zumbó a la vieja en el hoyo y la enterró para siempre.

Y se acabó mi cuento con ají y pimiento, y mi compañero, que me está oyendo, que me cuente otro.

Madre, a la puerta hay un niño (Una de las tantas versiones)

San José y María caminaban para Egipto,

donde entraron en un templo donde pierden a su hijo.

San José decía: "Iría con su madre";

la Virgen decía: "Iría con su padre".

¡Qué tristeza para un niño verse solo y tan tarde.

Andaban calles por calles y rincones por rincones

preguntando si han visto al Sol de los soles,

el que nos alumbra con sus resplandores.

El niño se fue a una puerta a pedir por Dios posada:

--Madre, aquí afuera hay un niño con la túnica morada,

helado está ya de frío pidiendo por Dios posada.

--Entra, niño, y te calentarás,

porque en este pueblo ya no hay caridad,

ni la hay ni la hubo ni nunca la habrá.--

Estándose calentando, la patrona le preguntaba:

--Niño, ¿de qué tierra eres ay eres [sic] o de qué patria?

--Mi padre es del cielo, mi madre también,

yo nací en Belén entre cuatro pajas.

--Hacer la cena a este niño, hacérsela con agrado.--

El niño estaba cenando, las lágrimas se le caen.

--¿Por qué lloras, niño hermoso, viendo la cena que tienes?

--Mi madre, de pena, no podrá comer;

aunque tenga hambre, no tendrá qué.

--Hacer la cama a este niño y hacérsela con primor.

--Eso no, señora, que mi cama es un rincón,

desde que nací

hasta que en la cruz muera ha de ser así.--

Eso de la medianoche el niño se ha levantado:

--Quédese con Dios, patrona, patrona, quede con Dios,

que yo me voy al templo que allí es mi casa,

algún día iréis a darme las gracias.

--Vete con Dios, niño hermoso, que me dejas hechizada.

Dios quiera que encuentres tu madre a la entrada;

y si no la encuentras, vuélvete a mi casa,

que algún día iremos a darte las gracias.--

El niño fue a casa` un rico a pedir una limosna

y le echaron los alanos,

los alanos fueron buenos, que le hicieron mil halagos.

El niño responde: --Mi madre da el pago,

aunque soy chiquito así me lo han dado.

En Belén tocan a muerto y al cielo llegan las voces.

Si viera, madre, --¡qué cena me han hecho!.

a esa señora págueselo a tiempo.—

Las cortinas del palacio

Las cortinas del palacio,

las cortinas del palacio,

son de terciopelo azul,

son de terciopelo azul.

Entre cortes y cortinas,

entre cortes y cortinas,

ha pasado un andaluz,

Andaluz y cuatro son,

veinticinco y un tapón. Corcha de oro para lo moro.

cinta blanca para el instante.

Turúm tum tum,

te quedaste tú,

Turúm tum tum,

te quedaste tú.

La de atrás se quedará,

La de atrás se quedará

(En el juego dramatizado, se va quedando la que se queda atrás en cada ronda)

Las Tres Muñecas

Somos tres muñecas llegadas de parís, nosotras no sabemos quién nos trajo aquí. Mi nombre es María, el mío es Fifi, yo no tengo nombre porque soy muy feliz; Marieta, Marieta, no seas tan coqueta que tú no vales ni media peseta; adonde estabas anoche que no te pude ver, estaba en el teatro con el cabo Miguel. Te dije que no andes con ese borrachón; ¡y ando y ando y ando porque es mi gran amorrr!

Corrido De Santa Amalia (Nunca lo escuché en la radio, solo a mi madre se lo escuché cantar y pensé que era una canción popular del folclor local, pero veo que es un corrido mexicano)

Canción de Francisco Avitia

Letras

En Santa Amalia vivía una joven

Linda y hermosa como un jazmín

Ella solita se mantenía

Cosiendo ropa para vivir

El mal hermano le dice un día

¡Ay! hermanita del corazón

Ya tu hermosura me tiene loco

Y tu marido quiero ser yo

La pobre joven quedó asombrada

Y en el instante le respondió

Mejor prefiero morir mil veces

Antes que logres manchar mi honor

El mal hermano sacó el revolver

Y en el instante le disparó

Dándole un tiro en los sentidos

Que todo el cráneo le destrozó

Por "ay" preguntan ¿quién había sido?

Luego pregunta la autoridad

Vinieron gentes de todas partes

A ver el crimen de aquél lugar

El juez declara que él había sido

Yo soy el hombre que la maté

Vete hermanita, vete tú al cielo

Que yo en la cárcel lo pagaré

Fuente: Musixmatch

Hay versiones encontradas, unos lo sitúan el crimen en un Ejido de Altamira Tamaulipas en México cercano al área donde vivía quien lo cantó, el charro Francisco Avitía y otros dicen que eso fue en Extremadura España y que las letras fueron adaptadas a la versión mexicana.