EL CARNAVAL Y YO

Ultima Actualización: sábado, 19 de marzo de 2022. Por: Rafael Hernandez

Por: Profesor Rafael Hernández

Siempre he contado mis experiencias carnavalescas. Desde mi temprana niñez estuve ligado al carnaval. Con cinco años y mi hoy difunto hermano mayor con 16. El hacía los moldes de barro para las caretas y le colocaba el papel inicial que se pegaba mojado en agua. Luego los demás pegábamos los retales de papel de fundas de cemento, periódicos y de diversas revistas que circulaban en el país, se pegaban con almidón hasta tener el grosor apropiado. Se secaban y al extraer la máscara en crudo se volvía a reutilizar el molde. Luego venía el momento de pegarle los cachos y abrir los orificios vitales, para darle la mano de pintura básica sobre la cual se decoraba con los colores finales.

Había dos careteros oficiales reconocidos, Emilio Portes mejor conocido como Millo, en la Toribio Ramírez al oeste de la calle Carlos María Sánchez, muy cerca del taller de pirotecnia (fuegos artificiales) de Manuel Galán donde hacíamos las caretas; el otro estaba en el extremo norte de la calle Manuel Mejía con el maestro Felipe Abreu. Por esas razones la bullanguería carnavalesca se concentraba en el punto de las famosas Cinco Esquinas que se forma del cruce de las triples calles Salcedo, Pepe Álvarez y Carlos María Sánchez. Las casas de los careteros y sus vecinos servían de “cuevas” para los diablos disfrazarse sin que nadie pudiera captar quién era la persona que exhibía tal o cual disfraz, y aunque uno lo supiera no podía llamarlo por su nombre sin librarse de una fuerte tanda de vejigazos. Claro que las vejigas de aquel entonces solo sonaban duro, pero no golpeaban para producir hematomas y uno podía irse al bollo con los diablos y era un orgullo hacerlo para destacarse como un aguanta-vejigas.

En el taller de Manuel Galán hacían sus caretas individuales (ellos mismos) los hermanos García Muñoz: Stalin, Millo, Hugo, Reginald y Zoilito. También Papi, Nando y Changuey Galán y Pitágoras Lora quien luego se independizó, entre los más cercanos que recuerdo. 

El barro (arcilla) para elaborar las caretas lo conseguíamos en las barrancas del charco del río Camú conocido como El Turey, uno de los más famosos por su profundidad. No era fácil para mi cargar una latica de pintura llena de barro, por lo que inventamos con un palo de escobas y así entre dos, cada uno por un extremo facilitábamos el transporte hasta el taller. 

Pronto la Escuela me absorbió, y ya  solo acompañaba a mi hermano ayudándole a vender las caretas y como guía cuando se disfrazaba cada domingo. Pero esto no duró mucho. Descubrí el teatro callejero de las comparsas y me volví un aficionado de las mismas, especialmente las que organizaba Agustín Cepeda (Cantinflita) que presentaba dramas históricos de la conquista española y la resistencia aborigen, al ritmo de tambora y simulación de Areito. Estas comparsas no tenían competencias, aunque también eran famosas las organizadas por Eró Nova desde Guarionex, donde se preparaban 8 o más comparsas con diversas temáticas y por tiznaos, y los embarrados con arcilla y cadillos en la cabeza, y Pal Manolo en el parque Hostos.
 La gracia de Agustín Cepeda era inigualable, porque además era un excelente decimero repentista que a cualquier cosa, persona o circunstancia le improvisaba una décima exquisita. A tal punto llegó a calar en el pueblo, que donde iba dicha comparsa, por ahí se iba el Carnaval

También había algunas comparsas individuales, o caracterización de personajes, como el matrimonio de los dos viejitos con sus ocurrencia seniles, el campesino con sus calza pollos, machete al cinto, macuto terciado al hombro y su sombrero de cana, además de su cachimbo en la boca, entre tantos. Comparsas duples como el Mono Cabezón y su domador, el encantador de serpientes (boas de la Española capturadas en Terrero) y su ayudante.

Los diablos salían desde La Cigua o Guarionex y enseguida se encaminaban hacia las Cinco Esquinas. La muchachada les voceaba : ¡Bueeee, bueee, amarillo y colorado, ese diablo está cuajado..!!! a lo que este respondía con sus saltitos y con su boca emitía el sonido “ burrrrrrr…” al tiempo que movía la cabeza de un lado a otro ,y les caía atrás a sus provocadores en una carrera, hasta alcanzarlos con sus vejigazos. Si te escondías en alguna casa, era como si ellos tuvieran licencia para entrar y sacarte a vejigazos de debajo de la cama y la familia se sentía orgullosa de que el diablo cojuelo hubiese entrado en su casa. Otro delito que castigaban duro en los muchachos era que les despegaran los cascabeles y los espejitos del disfraz.
El recorrido iba dese las Cinco Esquinas, pasando por el nuevo taller de Felipe Abreu por la calle Padre Billini,  unos se iban al parque Duarte y otros seguían a juntarse con los del parque Hostos y San Antonio (Palmarito todavía no existía). Pero todos confluían en el parque donde se daba el gran espectáculo entre las calles Sánchez y la Independencia (Juan Bosch actual) y la multitud ocupaba todos los espacios cercanos en la Julia Molina (hoy Juan Rodríguez hasta la esquina Padre Billini (Plazoleta Luperón) y parte de la calle padre Adolfo. En el recorrido otros se iban hacia el Barrio X donde había siempre un numeroso público a todas horas del día, pues ahí había parte de la zona Rosa, bares, billares y todas las “fritangas”. Además en la esquina formada por la calle Las Carreras y Duvergé estaba la parada de las guaguas que viajaban a Santo Domingo, y como consecuencia allí se reunía una legión de vendedores de dulces, canquiñas, magos, truhanes, y toda clase de personas.

Dentro del parque no podían subir los diablos, pero sí el público que lo abarrotaba, hasta que se producía la  ”estampida” producida por la llegada de los  “callayeros”, pandilla dirigida por Papi La Pantera y Tetelo, ambos mecánicos, a quienes se unían otros famosos lúmpenes como “el Tíguere Ocho” y otros indeseables más. ¿Qué era el Callayo o cayayo? Una fundita de tela rellena de trapos bien apretados, que luego introducían en cera derretida. Con esto se colocaban detrás de las personas y le daban por la cabeza y al voltear la cara todo el mundo estaba muy serio y nadie sabía quién fue. Esto generaba sus pleitecitos a puño limpio. Pero cuando venía la pandilla bufeando como una horda y tomaba el parque, había que dejarles el sitio a ellos solos.

Había familias que se disfrazaban padre, madre e hijos y eso fue contribuyendo a formar una cultura carnavalesca entre los veganos de la periferia, pues la clase media no apreciaba mucho este tipo de diversión a excepción de los más jóvenes que sí la vieron cono una diversión sana tal como era para disfrutarla, pero vinieron a disfrazarse años más tardes. También siempre hubo grupo de amigos que hacían las caretas y disfraces iguales. Este es el tipo de carnaval folclórico y popular que sigo añorando y que promuevo. No lo dejaremos morir aunque estemos al margen, en la resistencia.