El inicio de todo

Ultima Actualización: miércoles, 01 de octubre de 2025. Por: Jacqueline Tavarez Gonzalez

Recibir a mi primer cliente fue una mezcla de ilusión, nervios y gratitud. Con mis dos amigas de la universidad habíamos abierto nuestra primera oficina. El espacio era sencillo: un par de sillas, el escritorio que me regaló mi papá antes de morir y los ahorros que, con tanto esfuerzo, logramos reunir.

 

Éramos abogadas según lo decía el título colgado en la pared, pero la gran duda nos acompañaba: ¿y ahora, quién confiará en nosotras?

 

Ese día, la respuesta llegó de la manera más inesperada. Un señor que pasaba por la calle entró a preguntar si allí había un abogado para redactar un contrato. En ese instante lo supimos: había llegado nuestro primer cliente. La ilusión fue evidente. Más que un contrato, era la confirmación de que estábamos listas para comenzar a escribir nuestra propia historia profesional.

 

La satisfacción de recibir aquellos primeros 500 pesos por nuestro trabajo como abogadas fue enorme. No era el monto lo que importaba, sino lo que representaba: alguien había confiado en nosotras, y nuestro conocimiento se había transformado en resultado. Ese billete parecía más valioso que cualquier tesoro, porque llevaba impreso el sello de nuestro esfuerzo y nuestra fe en lo que éramos capaces de lograr.

Pero si ese momento fue especial, aún mayor fue el reto que vendría después: la primera audiencia. Esa historia la contaré muy pronto, porque fue ahí donde comprendí que ser abogada no solo es estudiar leyes, sino tener la valentía de defender con la voz, el corazón y la razón.