HISTORIA DEL TAXISTA INCONSCIENTE

Ultima Actualización: domingo, 06 de diciembre de 2009. Por: Luis Henriquez Canela

La pareja de turistas era muy entusiasta. Estaban alojados en un resort y decidieron salir a la ciudad a cenar. Cinco años habían transcurrido desde que estuvieron en Puerto Plata de luna de miel y conservaban el número de teléfono de ese “amigo” taxista que tan bien los había tratado.

Él es el dueño del restaurant y me contó una historia de esas que dejan a uno con la boca abierta. Son esos relatos que por inverosímiles permanecen grabados en la memoria por mucho tiempo. Me contaba que siendo más o menos  las diez y media de la noche de un sábado cualquiera, apareció un taxista acompañado de una pareja de turistas. El conductor también estaba acompañado de una mujer que según notó, debía tratarse de su novia por las formas en el trato, por la galantería y el deseo de impresionar. Ella, una gordinflona de tez clara, bajita, vestida de negro, cuyos grandes pechos apisonados abruptamente por el sostén, hacían que la parte superior de la carne se elevara de manera desproporcionada; no dejaba de sonreír.  

 

La pareja de turistas era muy entusiasta. Estaban alojados en un resort y decidieron salir a la ciudad a cenar. Cinco años habían transcurrido desde que estuvieron en Puerto Plata de luna de miel y conservaban el número de teléfono de ese “amigo” taxista que tan bien los había tratado.  Sus expectativas eran altas, el júbilo invadió su existencia desde que se compró el vuelo. Rememorarían los tiempos idos, su casamiento, su luna de miel. Irían a los lugares en donde fueron tan felices, la playa, los restaurantes, irían a los lugares donde les habían tomado deslumbrantes fotografías que, en su momento, fueron motivo de admiración entre familiares y amigos de su país de origen; por el matiz de los colores del paisaje, por las posturas elegidas, por la puesta de sol tan esperada, las tonalidades de la naturaleza y la sonrisa franca de la gente.

 

Recordarían la risa incesante que les invadió a las tres de la mañana, después de unos largos tragos en la discoteca, cuando al llegar al hotel tuvieron que llamar a la recepción para que mantenimiento les verificara el aire acondicionado que no funcionaba, en ese momento la situación no significaba un grave problema, estaban empapados de sudor, el amor les brotaba a borbotones, sus corazones no pensaban más que en amar. ¿Qué significado tendría para ellos un simple inconveniente como ese? Ninguno.  Recuerdos, recuerdos de momentos alegres, de noches enteras sin dormir envueltos en el descubrimiento de nuevas sensaciones.   

 

Cuando llegaron al hotel, desde que tuvieron la oportunidad, lo primero que hicieron fue llamar al taxista. Habían llegado el jueves y quedaron en que el dominicano trabajador del volante los pasaría  a recoger el sábado para llevarlos a un buen restaurant.    

 

Existía (o existe), práctica común, una especie de contrato implícito entre taxistas y dueños de restaurantes mediante el cual intervenía, en todo momento, una comisión por traer comensales. El pacto era de un 20% del consumo. Como es de saber, los dueños debían cargar la cuenta con el porciento adicional si no querían perder o dejar de ganar en el negocio. 

 

Lo que lo sorprendió, contaba amargamente el dueño de ese restaurant, fue que después que los visitantes extranjeros se sentaron, el chofer, haciendo ver como que iba para el baño, penetró a la oficina de administración. Solicitaba, vaya descaro, una comisión del 40, no del 20 como estaba implícitamente pactado. La negativa del dueño a esa impudicia lo hizo meditar por un momento, no regateó, no dijo nada, sabía que por muy escaso que estuviera este tipo de clientes,  su propuesta estaba fuera de lugar. Salió raudo y se dirigió al baño de donde salió minutos más tarde, sonriente, jovial, divertido.

 

La primera orden fue un Don Pernigón, champagne utilizado para celebraciones especiales, sinónimo de festejo importante, una bebida cara, luego, por los pedidos posteriores, se notaba claramente que alguien estaba tratando de inflar la cuenta con los pedidos para que la comisión fuera mayor. Tamaña estupidez esa. Debido a que no obtuvieron por vía de la negociación el 40, a todas luces se proponían aumentar la cuenta con la finalidad de hacer crecer el porcentaje a como diera lugar. 

 

Todo eran sonrisas mientras el dueño a lo lejos observaba atento el desarrollo de los acontecimientos. Hacía cálculos extremos sobre los beneficios que obtendría el taxista con una sola pareja de clientes. Beneficios por el transporte, comisión de más del 20% solo en la comida, propina y no se sabe qué otros ingresos; la noche apenas empezaba. El componente de que su novia también estuviera consumiendo le agregaba una mayor plusvalía al resultado de la voracidad, pero qué se iba  a hacer, es probable que los turistas en su fuero interno meditaran acerca de los costos adicionales que suponía ese invitado adicional, pero, qué podían hacer.

 

El dueño del restaurant contaba amargamente que bajo condiciones así el turismo en masas no podría volver, se quejaba por la inconsciencia y falta de controles, por la inexistencia de mecanismos que evitaran tal barbaridad. Reflexionaba acerca de lo costosa que le saldría la noche a esa pareja, que si bien es cierto andaba armada con varias tarjetas de crédito, por los precios inflados, probablemente la cena le saldría más cara que si estuvieran en Paris o New York.  

 

Al despedirlos, no sin antes hacer efectivo de manera furtiva el pago del inflado 20%, miró con disimulada tristeza a la pareja, los miró a los ojos como queriéndoles decir, hasta pronto, pero sabiendo que no, iba a ser muy difícil que volvieran, no solamente al restaurant, sino al destino.  Cuando sacaran las cuentas de lo que les costó rememorar los tiempos de la luna de miel notarían que el recuerdo fue más costoso de lo previsto. No hay mayor decepción que sentirse estafado.

 

Este relato está basado en un hecho real y no ha trascurrido mucho tiempo desde que sucedió. Las injusticias salen a la luz tarde o temprano, a la gallina de los huevos de oro hay que comerle los huevos, no la carne.

 

Para relanzar el destino primero hay que invertir y educar.