No es fácil Don Minengo dar ejemplo de seriedad y honestidad
en trabajo alguno de la administración pública –se queja el vate Sinencio-
Desde bien abajo en la escala hasta la cúspide jerárquica,
te la ponen “en China”. Te hacen pasarla mal. Son capaces hasta de mandarte a
matar si ven que eres o resultas una retranca para sus perversidades.
Yo ni sé por qué le cuento esto Don Minengo. Tal vez por su
edad, y porque usted también trabajó en un cargo oficial cuando Balaguer, y que
uno sepa salió con la frente en alto y los bolsillos vacíos.
Todo el mundo sabe, que usted levantó su familia con este
negocio de vender frutas.
No es usted un hombre rico, pero no se asusta ni se
atormenta, cuando se habla de personas ladronas que han desfalcado al Estado
-Bueno, no son ladrones porque no se les ha juzgado y
sentenciado- contestó Don Minengo, con un hablar pausado como si pensara
profundo para articular palabras.
Mire compadre –Don Minengo le dice compadre a todos sus
clientes- usted dijo “que uno sepa” en referencia a mi seriedad. Que uno sepa
no.
Es cierto que muchos que trabajan en la administración
pública creen que no dejan huellas de sus malas acciones, con el tiempo se sabe
lo que han hecho.
Su patrimonio lo develan. Hablan por ellos. No pueden
justificar lo que tienen, ni que multipliquen sus sueldos por mil, durante los
años que sirvieron al Estado.
¡Ahora si van para la cárcel! –Le interrumpió el viejo
Saturnino- todos los que no han ofrecido sus declaraciones juradas.
-Lo dijo en voz alta, como pretendiendo que no solo Don
Minengo, sino todos sus clientes le oyeran- Al terminar de contar unas naranjas
y despachar a uno de sus numerosos clientes, el viejo vendedor de frutas tosió,
como para limpiarse la garganta y dijo- Aquí nadie cae preso por ladrón!
Saturnino se encogió de hombros. Había sido cancelado
recientemente como celador de aduanas. Creyó que cumplía con su deber, al
detener cuatro furgones repletos de “todo”y sin papeles u órden, que salían a
tempranas horas de la mañana por la puerta donde él se encontraba.
Uno de los choferes realizó una llamada y no pasaron 23
minutos, cuando recibió en papel timbrado, firmado y sellado por un “superior”,
de permitir la salida inmediata de esa mercancía. Nunca supo ni sabe de qué se
trataba.
Ese mismo día, con el mismo mensajero de la orden, le llegó
la carta de cancelación. Todos los otros empleados…aprendieron la lección.
A la fecha, no sé si Saturnino el celador, tiene un puesto
de frutas como Don Minengo.