Ahora que están de moda los retoques y las cirugías, hay
rostros que lucen tersos con sus expresiones faciales paralizadas. Cuerpos
moldeados al filo del bisturí. Tremendos cuerpos. Tanto hombres como mujeres
desfilan impacientes por los quirófanos y los dermatólogos buscando engañar a
los años. Los avances de la ciencia y la tecnología son para usarlos, dice un
amigo.
A propósito de cirugía, el viernes pasado fui invitado a
participar en la presentación del libro Ser Periodista cuyo autor Ramiro
Francisco, se ha sometido a múltiples cirugías que lo han hecho un hombre
nuevo. ¡Si vieran como luce! Parece un niño.
Mientras esperábamos que habilitaran el salón donde se
pondría en circulación el libro, se le veía correteando de un lado a otro.
Autografiaba los libros con un entusiasmo digno de un escolar. No se estaba
quieto. Parecía un padre esperando el alumbramiento de su primogénito. Daba
vueltas, sonreía, una foto por aquí, otra foto por allá y volvía a la mesa a firmar
los recién comprados por los asistentes. Recordé en ese momento la frase
lapidaria de Jean-Louis Barrault, actor
y director francés (1910-1994): La edad madura es aquella en la que todavía se
es joven, pero con mucho más esfuerzo.
De su rostro emanaba una expresión de incrédula
satisfacción. Tantos amigos presentes en ese escenario prístino del CURA-UASD,
esperando con ansias la colocación del sello liberador a un grandiosa obra que
retrata, a veces a modo de crítica y otras veces sin critica pero con amargura,
la realidad de una provincia detenida en el tiempo.
Ramiro Francisco es un puertoplateño atípico. Una especie en
extinción cuya principal característica es que se renueva constantemente. A sus
años, mientras la mayoría se refugia en la apacible quietud del hogar, Ramiro
se pela las pestanas investigando nuevas formas de escribir, estudia, lee,
investiga. Con frecuencia contrata expositores y los trae para que esparzan sus
conocimientos a la sociedad puertoplateña. Da más de lo que recibe. Viene de
menos a más. Ha crecido como pocos conciudadanos. Hace pocos años, como
flamante estudiante de la carrera de comunicación social, se le veía como un
adolescente, cuaderno en manos buscando soluciones a los problemas que le
planteaban sus profesores de la universidad.
Día tras día, se le ve a muy tempranas horas de la mañana en
la televisión junto a sus compañeros. Se le escucha en la radio, escribe,
interactúa en las redes sociales. Aborda con magistral cordura todo tipo de
tema, sin herir, sin granjearse enemistades. Informa y asume posiciones.
Como espartano, mantiene un romanticismo pasado de moda
(para algunos) en su Club del Bolero y en Sábado Viejo. Un romanticismo rancio
relegado a un segundo plano por la juventud que idolatra la basura personificada
en la para, el mayol, el alfa, entre otras hierbas aromáticas. Ramiro es el
pretor vigilante de que los románticos se envuelvan, cada sábado, en la
sensualidad, en el recuerdo bueno y exquisito.
Sus escritos han venido a ser coloridos, fáciles,
embadurnados con tonalidades que seducen. Distan mucho de aquellos párrafos
claro-oscuros de hace años, teñidos de una exangüe pesadez. Y es que su prosa
ha crecido. Se ha convertido en el constructor cuidadoso de una expresión muy
propia; llana por demás y entendible. En el pasado quedaron los párrafos
distendidos, los recovecos y sinuosidades en la
expresión. Desapareció la maraña y apareció el orden. Es indudable, se lee con
la suavidad de las olas de un rio.
Bien lo escribió Arthur Schopenhauer, filósofo alemán: Los
primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes, el
comentario.
Su cirugía no es estética, es cerebral. Por eso el
resultado, por eso ha parido ese libro, por eso su entusiasmo, por eso la
admiración que le tenemos. Se ha realizado una cirugía cerebral, una
reingeniería del pensamiento que lo ha hecho más cuidadoso, más crítico, más
intenso; más espontáneo y moderado.
Ser periodista es una obra nacida de las entrañas de un
hombre nuevo y renovado. Ha aprovechado la tecnología, pero no la del bisturí y
el Botox, sino la de los libros, la dedicación y el entusiasmo.
Gracias distinguido amigo por invitarme a presenciar un
evento de tal magnitud y significación para usted, los suyos, la comunidad Puerto
Plata y el país.
Muchas Gracias.