Interface de un adolescente

Ultima Actualización: sábado, 20 de enero de 2018. Por: Jaro .

El segundo en la línea sucesoral era sedentario, tranquilo, flaquenco, pálido, inexpresivo y aislado.

El segundo en la línea sucesoral era sedentario, tranquilo, flaquenco,  pálido,  inexpresivo y aislado.

Odiaba asistir a la escuela, pues representaba un calvario sobrevivir a las burlas y abusos físicos. En ocasiones el perro del vecino lo correteaba con autorización y permiso de su dueño, compañero de escuela. Esa persecución fue la gesta de su primer plan para ejecutar de manera fría y calculada una de tantas venganzas sociales.

Pese al temor a la escuela era un estudiante meticuloso, dedicado y analítico, con una paciencia fría e inusitada para desglosar aquellas informaciones académicas que la mayoría hacía a un lado. Este niño reflejaba al perfecto nerd. Fueron tantos los abusos y palizas de la pandilla de la escuela que llegó un momento en que dejaron de molestarlo o herirlo los golpes y agresiones.

Aprendió a asumirlos, a grabar en su mente cada acto para luego recrear en su imaginación planes de retaliación retorcidos en su psiquis.

Observaba desde la ventana de su habitación la interacción, el cariño y la diversión del can azabache con su dueño; corrían de un lado a otro, rodaban por el césped, saltaba  ladrando animosamente moviendo la cola de mechón blanco.

Entonces decidió poner en acción su venganza. Tomó los restos de una botella rota tirada al basurero y delicadamente trituró los cristales con una piedra plana. Mezcló con carne fresca hasta conseguir una masa homogénea. Esperó el momento de descuido y la lanzó al patio del vecino. Se sentó a esperar, desde la ventana, horas interminables hasta que el azabache comenzó a presentar los síntomas de una hemorragia intestinal dolorosa y aguda.

Surgía en su rostro una expresión de satisfacción macabra e indescriptible, mucho más intensa al ver a su dueño desplomarse ante la muerte de su fiel amigo. La fría y calculada acción le permitió hacerse dueño de un poder oculto y nefasto. El hecho pasó desapercibido y se divertía en el afán de sus dueños buscar al autor de tan macabro acto sin encontrar pistas.

Pasaron unos años sin novedades en su vida, cesaron los acosos infantiles, pero su mente fijó un objetivo de los maltratos de niño. Era aquel jovenzuelo atlético y fortachón, popular por su dominio territorial, seguro de sí mismo y torpe debido a la vanidad. Tenía el hábito, después de clases, de pasearse por los riscos de la costa.

Nuestro protagonista, observador al fin, había seguido sus pasos durante setecientos ochenta días sin perderse detalles, calculando su acto para coronar su hazaña. Había logrado zafar un ladrillo de la verja, lo envolvió en papel periódico y colocó en una funda de teflón resistente, con un aza que se ajustaba al guante de jardinero.

Esperó pacientemente junto al árbol que le servía de escondite hasta llegar el momento de donde salió raudo y sigiloso. El primer golpe, justamente por delante del oído, lo dejó knock-out, el segundo hundió su hueso frontal. Empujó rápidamente el cuerpo inerte hacia el abismo para observar la indetenida caída hasta los filosos acantilados.

Se detuvo en el borde a observar el cuerpo hasta que la agitada respiración se fue volviendo escasa y quedó inmóvil. Entonces volteó a recoger cada hilillo de sangre en el trayecto de la escena, borró las pisadas, derrumbó parte del borde y caminó por la senda cuidándose de no ser visto.

Llegó al patio de su casa, sacó el ladrillo, lo colocó en su lugar, luego lavó las suelas de su tenis y procedió a quemar la funda y el periódico ensangrentados. Pasaron dos días para el verdugo enterarse en la escuela del lamentable accidente. Se sentó plácidamente, destapó un snicker y lo degustó lentamente, frotando su lengua entre los dientes el néctar de la barra con un extraño placer.

La actividad criminal despertó una sed ansiosa y constante por perseguir la perfección de sus actos, el clímax de sus sentimientos ante el dolor y la desgracia de sus víctimas, la inclusión novedosa de nuevos artefactos de trabajo y la genialidad de no ser descubierto. Surgió un nuevo “asesino en serie”.

 

Jaro.-
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