LLEGÓ A MI PUERTA SIN AVISAR

Ultima Actualización: sábado, 23 de octubre de 2010. Por: Luis Henriquez Canela

Si los robos a mano armada y los atracos siguen propagándose, ojalá que nunca lleguen a tocar las puertas de ninguna de las progenitoras de los que detentan el poder.

En principio se escuchaba a lo lejos, les sucedía a los otros, a los de allá, a los de la acera de enfrente, a los del barrio lejano, al desheredado; al desconocido. Las noticias resaltaban el hecho como excepción. Poco a poco, a medida que la situación económica, el desempleo, las repatriaciones, las drogas, entre otras causas, fueron extendiéndose, veíamos cómo se nos acercaba. Nos hicimos los tontos. Nadie hizo nada. Todos jurábamos tener conciencia de que esa cruda realidad no nos tocaría. Pero el tiempo es inexorable.

 

La transculturación, la degradación moral, la debacle del núcleo familiar como sostén social, transfirió la desgracia a nuestro patio, también, la inexistencia de sanción eficaz para los crímenes y delitos producto de la levedad de un código procesal penal traído por los moños a un país subdesarrollado que carece de los recursos para aplicarlo en toda su extensión.

 

Hoy, en las noticias de cada día no es la excepción, sino la regla. Te ataca en todas partes, en la calle, la oficina, la casa. Le sucedió a tu amigo cercano, a su hermana, a tu vecino y finalmente llegó hasta a ti. ¿A quién no le ha ocurrido? ¿Quién conoce a alguien o es familiar de alguien que no le haya sucedido?  Casi todos.  

 

Si los robos a mano armada y los atracos siguen propagándose, ojalá que nunca lleguen a tocar las puertas de ninguna de las progenitoras de los que detentan el poder. Tal vez no, digo yo, debido a que cuentan con vigilantes pagados con el dinero de los que están siendo víctimas. Ojalá que nunca, nunca, nunca ese flagelo llegue a tocar esas puertas embadurnadas con el oro ajeno.   

 

Señores, hagan algo por Dios!