¿Y la salud mental, para cuándo?

Ultima Actualización: martes, 20 de mayo de 2025. Por: Yasmín Cid

Despierto, abro los ojos, enciendo el teléfono y empiezo a leer las noticias. Un ritual cotidiano que, últimamente, me enfrenta más al espanto que a la información. Como muchos, he creado una burbuja: la casa, el café humeante, mis libros, uno que otro cliente al que respondo con eficiencia, publicaciones que preparo para redes sociales, una reunión más, otra taza de café. Un refugio funcional donde puedo sostenerme, al menos por horas, de esta realidad que parece resquebrajarse cada día más.

 

Pero escribir para un periódico es, entre muchas cosas, una responsabilidad. Una que me obliga a asomarme al mundo tal como está. Sin filtros. Y lo que encuentro allá afuera me sacude con una fuerza difícil de ignorar.

 

Ayer lunes, un hombre en silla de ruedas asesinó a su propio padre a puñaladas e hirió a su sobrino. No pasaron cuatro horas cuando se reportó que, en La Romana, una mujer había estrangulado a su hijo de dos años porque, según confesó, “escuchaba voces”. Hoy martes, apenas empieza la mañana y ya se ha confirmado el suicidio de un sargento en otra provincia. La pregunta que me atraviesa con una mezcla de miedo, indignación y tristeza es: ¿qué nos está pasando?

 

Desde la psicología educativa y el comportamiento humano, se ha reiterado durante años la importancia de la salud mental como pilar del bienestar individual y colectivo. Pero seguimos tratándola como un tema secundario, como si no estuviéramos viendo cómo se desmoronan silenciosamente cientos de personas que no pueden más.

 

¿Dónde están las políticas públicas integrales que incluyan educación emocional desde las escuelas? ¿Dónde están las campañas serias de prevención, los espacios accesibles de escucha profesional, los planes de acompañamiento comunitario? ¿Cuántas muertes más evitables, dolorosas, violentas necesitamos presenciar para que la salud mental sea una prioridad nacional?

 

La precariedad emocional se arrastra, se acumula, y cuando explota, no siempre lo hace hacia adentro. A veces se desborda en tragedias que alcanzan a otros, a los más cercanos, a los inocentes. Las voces que “ordenan matar o morir” no nacen de la nada: se gestan en la soledad, en el abandono institucional, en la ausencia de acompañamiento psicológico, en el estigma que aún persiste alrededor del sufrimiento mental.

 

Este país necesita una conversación urgente y sostenida sobre salud mental. No desde la alarma mediática ni desde la condescendencia, sino desde la acción real. No basta con lamentar los hechos. No basta con reportarlos. Necesitamos prevenirlos.

 

Y eso empieza por reconocer que lo que estamos viviendo no es “normal”, ni debe ser aceptado como parte del día a día. Es el síntoma de un tejido social enfermo, que requiere cuidados profundos. Dejarlo sin atención sería, en sí mismo, una forma silenciosa de violencia.

 

Hoy, más que nunca, escribo con el corazón encogido y la mente alerta. Porque si no despertamos colectivamente, estas tragedias que hoy nos horrorizan, mañana podrían parecer rutina. Y no podemos permitirlo.