Memoria confusa

Ultima Actualización: martes, 29 de septiembre de 2020. Por: Jose Alberto Reyes Ortega

Por: Jose Alberto Reyes

Buscando entre los recuerdos de mi infancia surgen algunos personajes y situaciones de la época donde el gobierno era el verdugo de los sueños truncos de ideales de jóvenes con el ímpetu de la adrenalina, que rechazaban los remanentes de los esbirros sobrevivientes de la dictadura, con adquisición de nuevos poderes avalados por un estado de terror, obligados por los potentes a mantener a raya los aires circundantes de las aulas, los clubes culturales, las iglesias, los bancos de los parques, las esquinas con nuevas luces de mercurio o simplemente el junte a las 10:00 de la noche después de visitar las pretendientas, muchas de ellas quedadas esperando en las rendijas de las ventanas a quien desapareció bruscamente por haber expresado su oposición y quizás solo denunciado por un maldito calié ganándose el aprecio del teniente en turno.  Pero descuiden que al otro día lo encontraban acribillado, sin zapatos y con la camisa abierta en una imagen fúnebre,  grabada para la perpetuidad de las mentes reveladas.  Ellos no, solo eran uno menos de los más, no habrá dolor ni cargo de conciencia al cumplir con el encargo. No vivirán el luto de familia ni la impotencia de encontrar por lo menos justicia en algún tribunal de un juez vendido, de un fiscal que obedece órdenes y sin testigos presenciales.

 

Recuerdo aquel juidero en los alrededores del Gremio Portuario, el olor penetrante del humo de las bombas lacrimógenas para dispersar a los congregados y la falta de aire como cuando se huele amoníaco. Dentro de la semi-inconciencia de la inhalación recuerdo el petardo y el martilleo de armas accionadas, algún que otro griterío y el jadeo de la persecución. Me lo soñé o lo viví?

 

Aquellos muchachos corrían de vez en cuando perseguidos por la “pangola” con la complicidad de los vecinos esconderlos para que no perdieran la vida a cargo de francotiradores de fusiles y autores de destinos nefastos. Se rezaba la expresión: “Hoy por el tuyo, mañana por el mío”.

 

Algunos no corrían con tanta suerte pues encontraban la muerte a manos de “amigos” en el baño de algún centro de estudios público,  todavía palillo en boca enjugado en  un charco de sangre. Y hoy llamamos amarillistas a algunos reporteros no-pagados en las redes!.  En aquel entierro que revolucionó una ciudad calmada, alejada del calor de la rebeldía y atormentada por los destinos de aquellos que emigraban buscando un porvenir incierto.

 

En esas lides también estuvo aquella dama, testigo presencial del ensañamiento incontrolado de las fuerzas oscuras que llevaron tristeza y desgracia a toda una nación. Suerte qué hay muertos que no mueren y muertos que viven para siempre, que dejan un legado a través de los años, de las generaciones, de los que no se rompen, de los que mantienen sus recuerdos, de aquellos que enfrentan sin temor a quienes pululan por los avernos terrenales.

 

Perdimos jóvenes brillantes, pero jamás sus ideas. Su legado permanece para siempre.

Aquellos que sobrevivieron todavía son ejemplo de dignidad, de identidad, de una conducta social intachable y de un trajinar por la vida apegados a los reclamos sociales en cualquier escenario, desde cualquier tribuna. Si, han sido atribulados, pero son nuestros héroes. Quienes abrieron senderos que hoy son caminos, quienes sacrificaron con cárcel lo que hoy llamamos libertad, quienes sabían la utilidad del cuarto poder para reclamar derechos y no para adquirirlos a través de una moneda llena de sangre.

 

 

Jaro.-

 

Pd. Foto facilitada por mi amigo Juan Rodríguez.-