El policía humillado escupido en la cara

Ultima Actualización: jueves, 02 de marzo de 2017. Por: Luis Henriquez Canela

Se degrada quien escupe y se degrada quien recibe, ambos de diversas formas. Quien escupe siente en su fuero interno el poder del ultraje, es una especie de arma secreta que no produce daño físico, pero si psicológico. Es como un escarnio con burla y mofa. Y no hay que estar furioso para ello.

Uno no sabe si escribir lo del escupitajo con sorpresa, con dolor, pena, con desconcierto, confusión o sarcasmo.

¿Cómo encontrar un acto de degradación moral más detestable que el escupir a la cara? Tengo horas pensando y no encuentro en mi memoria qué acción humana se le podría parecer. ¿Qué acto de desprecio y menoscabo podría parecérsele? No lo encuentro.  Tal vez mañana lo recuerde, pero ahora mismo no me llega a la memoria.

El escupir es un acto de humillación espantoso y abominable. Vendría siendo más o menos como la última herramienta, el arma perdida, olvidada; poderosa en si misma por su alto contenido psicológico degradante. Hiere al autor y al receptor. Ambos de diversas maneras.

La noticia dice que una mujer en estado de embarazo fue golpeada por un agente de la Policía Nacional adscrito a la cárcel preventiva del Palacio de Justicia de Puerto Plata y que un video muestra cómo tres agentes policiales forcejean con la mujer ya esposada que se resiste a ser arrestada y se le puede ver en aparente rebeldía cuando escupe y muerde a los agentes policiales, momento en que el segundo teniente reacciona golpeándola en la cara.

Con la acción, la mujer falta a su condición de mujer al tiempo que le falta el respeto a la criatura que lleva en su vientre, poniéndola en condiciones precarias de futuro. Es doblemente irresponsable porque sabiendo que su condición de embarazada le impide realizar movimientos bruscos, se resiste al arresto y reacciona como una leona enjaulada mordiendo y escupiendo.   

Es insensata, imprudente, porque con su accionar dentro de la sala, embadurnó de materia fecal a jueces, fiscales y cuan alma humana se encontraba presente. Literalmente limpió el piso con todo el mundo. Por eso la orden de arresto. Pero no le bastó. Sus instintos primarios reaccionaron de manera desproporcionada al morder y escupir a dos hombres que están cumpliendo con un mandato. Y digo dos hombres, no dos policías, porque si bien es cierto que hacían el arresto en calidad de policías, bajo esa calidad el escupitajo quizás no importaría tanto, pero en su condición de hombres, no lo van a olvidar nunca.  

¿Dígame usted que dirían los hijos de esos policías si esa “tabaná” no hubiese interferido para poner orden en la casa? Imagino yo los compañeros de clase de esos muchachos mofándose del padre y su profesión.  

Se degrada quien escupe y se degrada quien recibe, ambos de diversas formas. Quien escupe siente en su fuero interno el poder del ultraje, es una especie de arma secreta que no produce daño físico, pero si psicológico. Es como un escarnio con burla y mofa.  Y no hay que estar furioso para ello.  Quien recibe siente la humillación. ¿Acaso nacieron los seres humanos para ser humillados? Desde pequeños nos han preparado para ser aceptados, de ahí el profundo efecto psicológico atribuible al bochornoso acto.  

Pienso que los juzgadores, antes de tirar a la hoguera la vida de ese policía, antes, deben valorar el momento, la circunstancia y muy profundamente el historial de groserías, descaros, insolencias, desfachateces e indecencias proferidas por esa “dama” en estado de gestación.

No es justo que ese policía pierda lo acumulado durante toda su vida trabajando en la institución policial, por una acción, para mí, excusable.  Y por mi Madre (que en paz descanse) que si yo hubiese estado en su lugar, me hubiese arriesgado a perderlo todo en defensa de mi dignidad.