Por: Doctor José Reyes (Che)
Ante la situación suscitada y el aislamiento obligado el acto de rebeldía es normal. No en vano el Estado coarta la libertad a aquellos habitantes que incurren en actos ilegales y son condenados precisamente con esta acción por parte del sistema judicial.
Muchos, por desconocimiento, no obedecen ante la crisis social, de salud, económica y laboral que enfrentamos, demás, por qué no decirlo, otros por la perversidad, por desafío a quienes velan por el orden público.
Precisamente este acto de barbarie por parte de la ciudadanía mayormente iletrada y rebelde es lo que tiene condenadas en un laberinto de impotencia a grandes “potencias” del mundo.
La desobediencia y el minimizar lo que se les vino encima afectó a los más débiles, a los que no tenían la culpa, a los que quizás por edad ya estaban aislados, si, aislados en sus casas, con sus familias, esperando un desenlace en paz y no con violencia inesperada de una virulencia que los condena a la peor de las muertes, la muerte por asfixia, el ahogo, pero peor aún; solos en una cama de hospital, quizás en un pasillo, sin la mano de un familiar, ante la frustración de un galeno desorientado y sumido en un sentimiento de culpa ajeno.
Este inocente no tendrá quien lo vele, quién llore su cadáver y lo lleve hasta su última morada. Será cremado y alguna vez en algún momento las autoridades devolverán en un tazón lleno de cenizas las memorias de la tragedia a la rebeldía. -